Más vejez ¿más discapacidad?


En esta ocasión traigo a la sección «qué mirar» un gráfico con implicaciones muy sorprendentes acerca de la relación entre el progresivo avance de la esperanza de vida y sus consecuencias sobre la salud colectiva

Relación entre esperanza de vida al nacer y
esperanza de vida libre de discapacidad

Fuente: Murray, J.L., Lopez, A.D. (1996), The Global Burden of Disease: Harvard University Press.

Nota: La línea gruesa representa la función que mejor se ajusta al conjunto de puntos, mientras que la línea delgada supone valores iguales en ambos ejes (ausencia total de discapacidad), de modo que el lapso vertical entre ambas es el número de años afectados por alguna discapacidad.

Descripción del gráfico y claves para entender lo que dice

Cada punto corresponde a un país en cierto momento de su historia, y su posición responde a dos coordenadas: en el eje horizontal, la esperanza de vida al nacer; en el eje vertical, la esperanza de vida sin discapacidad.

Si todos los puntos correspondiesen a poblaciones que no se ven afectada por la discapacidad ni un solo momento de su vida, ambos valores serían idénticos, y el gráfico dibujaría una diagonal perfecta como la que se ha trazado con la línea más delgada. Pero siempre hay una parte afectada por algún tipo de discapacidad, así que  los puntos se sitúan siempre por debajo de esa línea delgada. La línea gruesa es la recta de regresión que mejor se ajusta a la nube de puntos que dibujan todos los datos disponibles.

Contexto histórico y político en el que este gráfico resulta importante

La extraordinaria y continuada mejora de la esperanza de vida hace esperar que aumente también la cantidad de personas que tienen mala salud a causa de su elevada edad. Por otra parte, también parece cuestión de simple sentido común distinguir dos etapas históricas muy diferentes en la mejora de la esperanza de vida: la que se nutre principalmente de evitar las muertes “precoces”, y la que llega una vez la supervivencia de niños y jóvenes está ya prácticamente asegurada, y es en la vejez (la otra etapa en que las probabilidades de morir vuelven a ser muy altas) donde continúan las ganancias de la supervivencia.

En los años sesenta del siglo XX ya empezaron a publicarse trabajos de demógrafos que afirmaban que la esperanza de vida en los países más avanzados estaba a punto de tocar su techo “teórico”. Que no fuese así resultó una sorpresa constante para todos los expertos, que no acababan de creer en la posibilidad de que la esperanza de vida creciese también mejorando la supervivencia en la vejez.

En la década de los 80, en medio de la crisis del petróleo, las economías industriales se vinieron abajo, y fue la revolución política neoliberal la que proporcionó las recetas que prácticamente todo el mundo siguió para superar el bache. El recetario anticrisis ponía mucho énfasis en la necesidad de reducir la intervención del Estado y el gasto público. El constante envejecimiento de la población empezó a ser visto como un enemigo del ajuste, porque los “viejos no producen”, pero gastan, especialmente allí donde las pensiones y la atención sanitaria son públicas. La esperanza de vida “adicional”, ganada en la vejez, pasó a ser vista como un logro artificial que sólo conduciría a una epidemia de viejos achacosos, una victoria pírrica.

En consecuencia, los países ricos se pusieron de acuerdo para “entrar en otra fase” de las políticas sanitarias. Ese “giro estratégico” contó con un rótulo mediático lanzado desde la propia Organización Mundial de la Salud: “Vida a los años”. Se entendía que no debía perseguirse mayores ganancias en años de vida, sino dotar de mayor calidad a la vida ya conseguida.

Inmediatamente la OMS empezó a trabajar para que los esloganes tuviesen un respaldo en datos empíricos. Se hacía urgente averiguar cómo había evolucionado la cantidad de años vividos en mala salud por aquellas poblaciones que habían rebasado los “límites” naturales. Para ello se desarrollaron diversos indicadores de lo que se ha dado en llamar “esperanza de vida en salud”, indicadores que pudiesen calcularse para cualquier país y en series históricas de la mayor amplitud posible.

Finalmente el más exitoso ha sido también el más simple, el método de Sullivan que, sencillamente, “acompaña” en las tablas de mortalidad cada edad con un dato adicional, la probabilidad de tener una afección, discapacidad o dependencia. Distinguidos así los años vividos totales entre años afectados o no afectados por esos problemas, es posible calcular qué parte de la esperanza de vida total cabe esperar que sea vivida sin tales afecciones.

La propia OMS lideró las investigaciones, el desarrollo de la metodología, y el fomento de encuestas internacionales. A mediados de los años noventa existía ya una masa suficiente de datos sobre la “vida en mala salud” para hacer análisis comparativos, y eso es lo que Murray y López analizan en la publicación de la que he extraído el gráfico.

Por qué este gráfico obliga a revisar nuestros supuestos más frecuentes sobre el tema.

Recordemos los supuestos de los que parte el programa “vida a los años”: cuanto más aumente la esperanza de vida una vez ya se ha resuelto la mortalidad infantil y juvenil, más años se ganarán en discapacidad.

Y ahora imaginemos el resultado que nuestro gráfico debe reflejar si se cumplen tales supuestos. Si las esperanzas de vida más altas implican también más años de vida vividos en la vejez (y, por lo tanto, aquejadas por mala salud), las dos líneas deberán alejarse a medida que nos desplacemos hacia la derecha en el gráfico.

Lo que ocurre es todo lo contrario; las dos convergen. Cuantos más años de vida media tiene una población, menor es el número medio de años que se viven en discapacidad (no sólo en proporción respecto al total de años vividos sino, incluso, en términos absolutos).

Nuestros prejuicios sobre la vejez, los supuestos ideológicos y científicos que acompañan el giro estratégico de la OMS y que todos los gobiernos “ricos” adoptaron inmediatamente, quedan en entredicho. Lo que nos dice este gráfico es que los países más pobres, donde se viven pocos años, donde las pirámides poblacionales son más jóvenes y la proporción de viejos es más reducida, son también los países donde mayor es el número medio de años vividos en mala salud. A lo mejor no es tan sorprendente. En cualquier caso, es lo que «se ve» si miramos al mundo, en vez de a nuestras propias conveniencias.

 

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