La «gripe española»


La humanidad ha tenido en el pasado una esperanza de vida muy escasa (inferior a los 35 años desde siempre). La elevada mortalidad infantil era la causa principal, pero otro de los factores históricos importantes eran las recurrentes «crisis de mortalidad», en forma de hambres, guerras y epidemias. De hecho, los expertos en mortalidad encuentran una correlación muy estrecha entre el progresivo espaciamiento de estas crisis y el inicio de la modernización demográfica que conduce finalmente a la revolución reproductiva.

Estos «tres jinetes del apocalipsis» raramente aparecían desligados. Las guerras del pasado se alimentaban (literalmente) del saqueo, allí por donde las tropas pasaban, generando hambre y destrucción; el hambre hacía que la población fuese más vulnerable a las epidemias y podía a su vez ser un factor desencadenante de guerras, y las epidemias tenían en el movimiento de tropas un vector de transmisión ideal.

Visto desde cualquier país un poco desarrollado pueda parecer que todo esto forma parte de un pasado muy lejano, pero lo cierto es que en términos históricos se trata de una realidad reciente. Todavía en pleno siglo XX eran posibles las grandes epidemias, sin fronteras y fuera de todo control. La última, iniciada en 1918, fue la «gripe española».

Paradójicamente, España no fue el foco, aunque en su momento así pudiese parecer, por la especial virulencia y por la publicidad inmediata. Lo cierto es que en muchos otros países la epidemia ya estaba haciendo estragos cuando empezaron a publicarse las primeras noticias sobre sus efectos en España. La diferencia es que España era un país neutral en la guerra, y la prensa española dio estas noticias sin ningún impedimento, mientras que en la mayor parte de Europa se consideró necesario mantener el secreto para evitar desmoralizar a la población y dar ventajas al enemigo.

La epidemia, de hecho, fue mundial. Su transmisión se vió favorecida por el transporte de tropas durante la guerra, como en tantas otras ocasiones anteriores. Pero esta vez existían medios de transporte rápidos y masivos, como los barcos de vapor o los ferrocarriles, y las potencias enfrentadas eran poseedoras de imperios coloniales que cubrían prácticamente todo el planeta, de manera que pocas zonas del mundo se vieron exentas de contribuir con soldados o con ayuda material y logística, y de recibir a cambio esta mortífera plaga. La evaluación de sus efectos es todavía hoy materia polémica. No sólo la propia guerra mundial, sino la situación revolucionaria en Rusia o la falta de registros e información en buena parte del mundo, hacen que las evaluaciones vayan desde los 25 hasta los 200 millones de muertos, y es posible que llegase a infectar a prácticamente la mitad de la población mundial, de la cual el 25% habría mostrado efectos clínicos.

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