La infecundidad en «Perspectivas demográficas»


 

El Centro de Estudios Demográficos, situado en el campus de la UAB, acaba de estrenar un boletín trimestral,  Perspectivas demográficas, que cumplirá la función de difundir trabajos e investigaciones de una manera sintética y divulgativa. El primer número, de cuatro páginas, La infecundidad en España: tic-tac, tic-tac, tic-tac !!! lo firman tres de los grandes investigadores del CED, Albert Esteve, Daniel Devolder y Andreu Domingo. Es un excelente ejemplo de cómo presentar con rigor pero de forma accesible resultados propios y originales con una gran relevancia social; la prensa española se ha hecho eco inmediatamente de los resultados publicados, y los autores han frecuentado los medios en entrevistas y debates desde entonces.

El trabajo presentado está abordado desde una perspectiva longitudinal, que requiere la laboriosa construcción de indicadores generacionales, poco frecuentes pero más explicativos y teóricamente consistentes cuando se pretende comprender los comportamientos demográficos. Es la fecundidad de las generaciones, no la fecundidad medida en indicadores transversales, la que se analiza en este trabajo . Pero, además, el foco está puesto en un indicador muy particular dentro del conjunto de comportamientos que determinan la fecundidad general: la proporción de quienes atraviesan las edades fecundas sin haber tenido ningún hijo.

Como se verá en los datos proporcionados, esta infecundidad generacional había sido muy elevada (superior al 20%) en las generaciones femeninas españolas nacidas a finales del siglo XIX y principios del XX, pero disminuyó después notablemente hasta mínimos ligeramente superiores al 10% en las generaciones que dieron lugar, con su descendencia, al baby boom de los sesenta (las mujeres nacidas en los años treinta y cuarenta). En las generaciones posteriores la infecundidad ha vuelto a crecer, siendo éste uno de los factores explicativos del descenso de la descendencia final, junto a la reducción del número medio de hijos entre quienes los tienen.

Las conclusiones y explicaciones que acompañen a estos datos son materia de más trabajo, pero vale la pena destacar la cortedad con la que a menudo nuestros políticos reducen todo lo que tiene que ver con la baja fecundidad a un problema con el tamaño de las descendencias, y el empecinamiento con el que las soluciones acaban limitándose al simple apoyo a quienes ya tienen hijos, para que tengan más. Como insisto en explicar siempre que se presenta la ocasión, el problema con la baja fecundidad de los países más avanzados no es «de la nación», sino de quienes quisieran tener hijos y no pueden, y las soluciones no deben buscarse en las arcaicas recetas familistas nacional-moralistas discriminatorias con la mujer, sino en todo aquello que permita a las nuevas formas de convivencia adelantar los calendarios familiares y compatibilizarlos con los académicos y laborales.


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