Artículo en Dossier La Vanguardia


Bajo el título ¿Cómo la demografía cambiará el mundo?  este fin de semana el diario La Vanguardia ha publicado un dossier monográfico en el que tengo el honor de participar. Agradezco muchísimo la oportunidad a Toni Merigot y a Alex Rodríguez por su invitación y por aceptar finalmente un texto bastante alejado de la línea más habitual al tratar estos temas, generalmente plagada de alarmismo y tópicos sobre la decadencia futura.

El dossier reune colaboraciones muy diversas que conforman un panorama amplio y actual, que podéis consultar en el sumario que reproduzco a continuación. También añado la versión preprint de mi colaboración al final del post, aunque como es de rigor, os pido que en caso de cita del trabajo la referencia se haga al texto publicado.


SUMARIO

  • Cómo la población transformará nuestro mundo por George W. Leeson

 BOOM DEMOGRÁFICO LOCALIZADO

  • ¿Explosión demográfica? por Walter Laqueur
  • La nueva bomba demográfica por Jack A. Goldstone
  • Demografía y desarrollo económico: una relación dependiente de las políticas por Vincent Barras y Hans Groth
  • El envejecimiento en el mundo: consecuencias geopolíticas por Gérard-François Dumont

EL MUNDO QUE ENVEJECE

  • Demografía del desarrollo humano, la salud y el cambio climático por Erich Striessnig
  • Un futuro africano: la promesa en ciernes por Elizabeth Donnelly
  • La demografía: un nuevo reto para la economía china por Isabelle Attané
  • India, el país más poblado del mundo a finales de siglo: retos del cambio demográfico por Samik Chowdhury

QUIÉN SOSTENDRÁ A LOS ANCIANOS

  • Los retos de Japón: envejecimiento, atención sanitaria y política fiscal por Minchung Hsu
  • Regresión demográfica y miedo a los inmigrantes en Rusia por Vladímir A. Kozlov
  • América Latina 2050: la transición del Nuevo Mundo al envejecimiento por Christopher Wall
  • ¿Países árabes, ‘primaveras árabes’? Transiciones y contratransiciones demográficas por Youssef Courbage
  • Los desafíos de política económica de una Europa envejecida por Iain Begg y Lisa ten Brinke
  • ¿España en crisis demográfica? Contra tópicos y alarmas por Julio Pérez

 


ARTÍCULO

 

¿España en crisis demográfica? Contra tópicos y alarmas

por Julio Pérez

La demografía en España arrastra una carencia grave, y no es la natalidad, sino la escasez de demógrafos. Ninguna Universidad ofrece esa carrera, solo alguna asignatura en otras titulaciones, o algún meritorio pero aislado programa de doctorado.

De eso se beneficia el alarmismo demográfico. Para alimentarlo basta con pontificar sobre la pérdida de valores, las conductas correctas, la sana moral, los intereses patrios. Descubrimos la España vacía a golpe de best-seller y de disputas partidistas sobre la ponderación territorial de los votos; reunimos una comisión del Senado sobre despoblamiento rural, y un consultor privado sin formación demográfica y sin pasar por previa comparecencia como los expertos convocados, endosa a las conclusiones oficiales un dossier de diez páginas sobre el necesario fomento de la fecundidad… ¡en las zonas rurales! (algunos principios de análisis básico, como  que cuanto menor es la escala poblacional, mayor es el papel de las migraciones para explicar su pirámide, parecen una tontería de los demógrafos, innecesaria para asesorar a nuestros senadores). Reunimos la mesa parlamentaria que revisa los Pactos de Toledo, y el director del INE, un economista, explica que las proyecciones demográficas, hechas por su institución, no se cumplen ¡porque las hacen los demógrafos! Se crea una comisión sobre el reto demográfico y al frente se nombra al anterior director general de la policía, integrante del círculo del rosario que da medallas al mérito policial a alguna Virgen castrense. Y claro, el primer «experto» convocado es el director de un lobby natalista y patriota, religioso y analista financiero, preocupado por la degradación de las raíces cristianas de nuestra civilización.

Sobre la familia en España ahora se consulta al Instituto de Política Familiar, pantalla vacía de un lobby reaccionario dirigido por un miembro de la secta El Yunque (véase el informe encargado por Rouco Varela, asustado por su infiltración en el asociacionismo católico). Tenemos incluso, hace apenas un año, un comisionado permanente sobre el problema demográfico, encabezado por una diputada amiga de la señora Cospedal y muy sensibilizada sobre el problema por su origen gallego.

En definitiva, que no haya demógrafos es una bendición para quienes se han apropiado del análisis sobre la situación poblacional española. Deben asustarnos mucho la baja natalidad y el envejecimiento, el invierno más frío, el suicidio demográfico. Tenemos que asumir la explicación evidente, el egoísmo, el individualismo, el hedonismo imperantes, y resignarnos al remedio lógico: remoralizar los comportamientos individuales y aumentar el apoyo social y político a La Familia. Así se afirma ya en infinidad de documentos oficiales, como el Plan de Dinamización Demográficade la Xunta de Galicia, o las actas del congreso nacional del partido gobernante («Frenar el envejecimiento, en el eje de la ponencia social del PP», nos dijeron). Y lo mismo podremos encontrar en infinidad de otros países, incluso en textos oficiales de la Unión Europea.

Algo deberíamos sospechar de este conjunto de diagnósticos, pronósticos y remedios, no ya por ser ajeno al propio análisis demográfico, sino por ser intemporal. Véase La decadencia de Occidente (O. Spengler, 1918) y se comprobará que el mensaje no ha cambiado en cien años.

Pero la demografía sí ha cambiado. Si en medio de este clamor les digo que nunca en la historia humana o en la de nuestro país hemos vivido una situación demográfica más favorable, pensarán que los demógrafos no solo somos escasos, sino que a alguno nos falta un tornillo. El coco demográfico ya no admite disidentes, ni siquiera entre los que nos dedicamos a la investigación y análisis de las poblaciones.

Pero los demógrafos sabemos que desde Spengler, la humanidad ha multiplicado su volumen por seis, y España ha crecido más que en toda historia anterior, de unos 18 millones en 1900 a más de 46,5 el año pasado. Menuda crisis.

Sabemos también que venimos, la humanidad entera, de una esperanza de vida siempre inferior a los 35 años (34 en la España de 1900), por las recurrentes hambres, matanzas y epidemias pero, sobre todo, por una mortalidad ordinaria abrumadora, siempre con un papel central de la mortalidad infantil, superior al 200‰. Con la mortalidad española de 1900 la mitad de una cohorte de nacimientos moría antes de cumplir los 15 años. Todavía podemos hablar con mujeres mayores de la precariedad de las condiciones con que parían, en casa y sin atención médica, y nos contarán cuántos hijos perdieron en el parto o al poco de nacer, o cuántas murieron en ese trance. Menudo pasado glorioso.

Hace escasas décadas los nacidos fuera del matrimonio eran «ilegítimos» y purgaban pecados ajenos. Media España rural enviaba a sus hijas a las capitales «a servir» siendo todavía niñas, a cambio de un plato y una cama. Los más mayores actuales empezaron su vida laboral con una promedio de catorce años. Su escolarización fue precaria y breve para la inmensa mayoría, y aún más si eran niñas; todavía hoy tenemos alto analfabetismo femenino en la vejez de nuestro país. Venimos de una sociedad de mujeres supeditadas a la autoridad del padre y del marido, que debía autorizarlas para abrir una cuenta bancaria o solicitar un pasaporte. Aquel mundo, por lo visto, era un dechado de comportamientos éticos hoy abandonados, especialmente por las mujeres, que priorizan sus propios intereses, desoyen las necesidades del resto de la sociedad y rechazan tener hijos. Será esa perversa “ideología del género”.

Ya me parece delirante que alguien considere preferible cualquier momento pasado en cuanto a demografía se refiere, pero si además concede crédito a este conjunto de memeces para explicar las causas del cambio demográfico, es que los demógrafos tenemos problemas para hacernos entender. Déjenme darles una explicación demográfica sobre el cambio demográfico, y después hablamos de moral si quieren.

Lo que hemos cambiado ha sido la estrategia de reproducción poblacional, es decir de mantenimiento de un determinado volumen de población mientras todos morimos. La humanidad entera, hasta hace apenas un siglo, se reproducía con un número elevado de hijos por mujer, que vivían poco tiempo y llegaban escasamente a edades adultas, viéndose obligados entonces a reiniciar el ciclo teniendo muchos hijos que de nuevo habían de vivir poco tiempo. Fecundidades altísimas, vidas cortas, poblaciones reducidas y precarias, pirámides muy jóvenes, un tercio de menores de 15 años y apenas un 4% de personas mayores, y la mitad de la humanidad, la femenina, dominada y sobredeterminada por su función en la reproducción colectiva. No había alternativa, o eso o la extinción.

Pero sí la había, a condición de extender lo que durante siglos sólo había estado al alcance de unos pocos: cuidar mejor de los hijos, no explotarlos de forma precoz como fuerza de trabajo, disponer de medios y servicios para atender su salud, para darles educación, para dotarlos en definitiva de una infancia. Hizo falta el final del mundo agrario, la presión en pro de la escolarización, la higiene cotidiana, la agudización de la dedicación materna al cuidado de los hijos, la aparición de antibióticos y vacunas, la reducción de las hambrunas… Y el incipiente cambio desencadenó el crecimiento poblacional. No sólo porque aumentase el número de años que vivía cada nacido, sino porque ahora cada generación llegaba con una proporción mayor de efectivos supervivientes hasta las edades adultas, y podía a su vez procrear.

De ahí el boom demográfico mundial, mientras la fecundidad no hacía más de descender. Hemos cambiado nada menos que nuestra manera de reproducir, haciéndola mucho más eficiente: fecundidades mucho menores, pero dotando de vidas largas a los que nacen, poblaciones de gran tamaño y muy consolidadas, pirámides con una proporción menor de niños que de mayores (lógicamente), y mujeres liberadas de la sobredeterminación reproductora, con tanta educación o más que los hombres, y disponibles para desempeñar otras funciones sociales o laborales.

Y ahora, si quieren, hablamos de valores y de comportamiento ético, porque, como resulta fácilmente comprensible, nada de todo esto se ha conseguido gratis, ni es el resultado del egoísmo y la inmoralidad. La condición para este salto estratosférico en la eficiencia de la reproducción humana era que los que nacían llegasen con vida hasta la edad de tener hijos y, aún más, hasta la edad de haberlos criado. Eso no se podía haber conseguido sin agudizar la relación altruista frente a los hijos, renunciar a extraer de ellos bienes o servicios, autoexprimirse en el trabajo doméstico y extradoméstico, proporcionarles más años y nivel de educación de los que tuvo nuestra propia generación, elevarlos más allá de nosotros mismos.  Es decir, dosis crecientes de afecto, cuidados y dedicación, una lanzadera espacial en la que cada generación impulsaba un poco más allá a la siguiente, obrando el milagro demográfico, una revolución sin precedentes.

Por primera vez en la historia humana hemos democratizado vivir todas las etapas de la vida; todo el que nace hoy en España tiene por delante prácticamente cien años asegurados (recuérdese que la actual esperanza de vida, de casi 84 años, es una ficción que simula la vida media en un ciclo de vida generacional con las actuales probabilidades de muerte en cada edad, es decir, simula que en el próximo siglo nada cambiará a ninguna edad). Por primera vez los hijos se tienen en función de decisiones responsables y no por una imposición de nuestro entorno familiar o social. Esto obliga a una mayor racionalidad de las decisiones, que ahora se toman en función de las expectativas sobre la calidad con que pretende tenerse los hijos, y no sobre su cantidad.

Y ahora, en la culminación de la revolución reproductiva, la alianza internacional entre el conservadurismo más rancio y el liberalismo más agresivo, sostiene que el Estado se ha extralimitado, ha invertido demasiado, que el gasto social pone en peligro los equilibrios presupuestarios, la inversión extranjera, el rendimiento de los capitales, la competitividad económica frente a los demás países. Cristine Lagarde, jefa del FMI, afirma que la economía peligra porque los mayores viven demasiado, y el ministro japonés de finanzas pide a sus jubilados que se den prisa en morir.

En realidad la revolución reproductiva ha sido un logro de las personas y de su propio trabajo, con o sin apoyo estatal, y ha favorecido el progreso material y económico, no por el crecimiento poblacional, sino por la mejora de los perfiles formativos y productivos de cada nueva oleada generacional, y por el aumento de peso poblacional de las personas de edad madura con largos trayectos familiares y laborales, que explica la extensión de las clases medias.

La crisis demográfica se basa en falsedades y tergiversaciones. No existe fecundidad de reemplazo, los 2,1 hijos por mujer son un mito. El reemplazo depende del balance entre nacimientos y años de vida, así que la reproducción era más precaria en España cuando se tenía un promedio de 4,5 hijos que hoy. Es un error pensar en la natalidad como si fuese lo principal en la dinámica reproductiva, sin atender al esfuerzo requerido para tener un hijo con los estándares actuales y sin recordar que gracias a ese esfuerzo cada nacido actual «rinde» en población tres veces más que los nacidos hace un siglo. Contra lo que nos cuentan, nunca hubo hundimientos demográficos por baja fecundidad, las crisis demográficas siempre las produjo la sobremortalidad o el éxodo en busca de lugares mejores. Lo de la caída del imperio romano por su baja fecundidad es una mentira de la historiografía reaccionaria decimonónica para hacer creíble la cansina y nunca confirmada decadencia de Occidente. Por cierto, ni siquiera es verdad que España pierda población, desde 2014 no ha hecho más que aumentar; tampoco es verdad que sea el país con la pirámide de población mas envejecida, nuestra proporción de mayores no es ni siquiera superior a la media europea.

Aunque llegamos retrasados (al empezar el siglo XX éramos el país con peor mortalidad del continente) hoy estamos entre los países más avanzados en la revolución demográfica. Pero incluso los países más atrasados han empezado ya el mismo proceso, y de forma acelerada. Es el mundo entero el que ha descubierto la fórmula del cambio reproductivo. Nuestra ventaja no es tener más nacimientos y más baratos, sino cuidar con elevados estándares los que tenemos y que vivan más que en ningún otro país. Por cierto, no es porque lo planifique así ningún Estado, pero los países demográficamente avanzados atraen inmigración, y mucha, y no hace falta pensar en ejemplos clásicos como EEUU. España, un país de emigración en toda su historia documentada, pasó al saldo positivo al empezar el nuevo siglo, y llegó a recibir 1,2 millones de inmigrantes sólo en 2007, antes del desplome del mercado laboral. Como la fecundidad mundial disminuye rápidamente y los tiempos de la explosión demográfico llegan a su fin, probablemente seguidos de un reajuste a la baja de la población mundial, cada día va a ser más importante esa capacidad de atracción, que ya hace décadas que explica que países como Alemania no disminuyan en habitantes.

El fetiche del número conveniente de nacimientos, que no alcanzamos y que hace peligrar todo, no sólo es un error analítico, sino que evidencia concepciones trasnochadas sobre el papel de la demografía en la política, cuyo paroxismo se alcanzó entre las dos guerras mundiales. La población no puede volver a ser de nuevo un objeto a mayor gloria de los Estados, sino el sujeto al cual deben servir. Habría que recordárselo a todo político que reclama moralidad y altruismo para aumentar la natalidad, combatir el envejecimiento demográfico y garantizar la mano de obra futura, mientras recorta gasto social o educativo y permite la concentración creciente de riqueza en unas pocas manos. La única política de población que ha dado resultado hasta ahora ha sido, precisamente, ayudar a las personas a mantener el enorme esfuerzo que nos ha traído hasta esta privilegiada situación demográfica; ayudar a las familias a dotar mejor a los hijos que ya tienen, ayudar a los jóvenes para no depender tantísimo de las familias, ayudar a los que cuidan, para no verse sobrecargados de trabajo y de stress. Esa es la política de población que merece un país en el que las generaciones anteriores se han dejado la piel para elevarnos hasta la cabeza mundial de la esperanza de vida.

Qué gran paradoja si junto al discurso natalista, moralista y pontificante que hoy se propaga por políticos y medios de comunicación, se sigue promoviendo el trabajo temporal, vendiendo la vivienda social a fondos buitre que expulsan a sus inquilinos, permitiendo los desahucios masivos, poniendo trabas a la inmigración y al acogimiento de refugiados, recortando pensiones, desinvirtiendo en educación o en sanidad. La demografía ya ha cambiado el mundo, de un modo que sólo cabe calificar como progreso. A quien hay que temer es a los que no se han enterado.

 

 

 

 

5 comentarios en “Artículo en Dossier La Vanguardia”

  1. Soy estudiante de sociología de la UNED y desde luego la propuesta de la Revolución Reproductiva me resulta apasionante. Siempre me llamó la atención aquella frase socarrona del Manifiesto Comunista en que se decía que como los burgueses tomaban a sus mujeres como medios de producción(reproducción de fuerza de trabajo) y por eso le temían a los comunistas, porque iban a socializar los medios de producción y por lo tanto socializarían a las mujeres.
    Emancipar a las mujeres y liberarlas de la mera función de «máquinas» reproductoras quizás haya sido más revolucionario que el intento de emancipación del trabajo y esperar en el proletariado el sujeto revolucionario.
    El propio Engels dijo que la primera división del trabajo y explotación de unos por otros fue la de género y no la de clase…en fin, gracias por su blog y por abrir camino a una ciencia que como usted dice ni el nombre le hace justicia y llamamos demografía cuando deberíamos decir demología.

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    1. Gracias por escribir. Tienes razón, es una auténtica avalancha, no confío en contrarrestar esa corriente abrumadora, no me creo tan importante. Pero intento mantener un análisis propio razonado, aunque sea meramente simbólico y en abrumadora minoría respecto al discurso hegemónico de las alarmas. Cada cual juzgará qué le parece más creíble, pero para eso tiene que poder acceder a todas las posiciones, y la prensa no lo permite, ha adoptado el discurso monolítico del declive demográfico hasta conseguir que parezca que no hay otro.

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