El retrato de castas


Quienes creen en la existencia de razas y, aún más, los convencidos de poder clasificar a las personas por su raza, no suelen pensar en los efectos de su mezcla. ¿En qué raza situar al descendiente de dos razas diferentes? Si te parece un problema irrelevante, recuerda que hasta el siglo XX, y todavía hoy en muchos países, la raza ha conllevado derechos diferentes, y su mezcla supone complicaciones legales y administrativas graves. El imperio español en América proporciona una ilustración magnífica de tales problemas.

Antes de continuar, si eres de los que aún no tiene claro el estado de esta cuestión en términos científicos, aquí tienes algunas pistas:

Los problemas conceptuales y administrativos que genera la mezcla, cuando se cree en la existencia de las razas, son tales que muchos gobiernos, en todo tiempo y lugar, han optado por hacer ilegal esa mezcla, castigándola incluso con la muerte. Sin llegar a ese extremo, las penalidades y sanciones posibles, legales o sociales, han sido incontables. Y, pese a todo, al margen de que la actual genética de las poblaciones desmiente abrumadoramente la existencia de eso que durante toda la historia humana se ha denominado «razas», siempre hubo personas que se saltaron esas barreras culturales o legales contra la supuesta mezcla. No era necesario esperar al desarrollo de la genética si se prestaba una mínima atención a ese demoledor comportamiento humano.

La obcecación en el prejuicio racial es característica de todos los procesos coloniales europeos porque ahí la diferencia y la necesidad de preservarla parecen diáfanas. Sin embargo es también donde de manera más clara se puede observar el papel corrosivo que la mezcla tiene para el concepto de raza. Comento el caso específico de la colonización americana española iniciada en el siglo XVI porque lo ilustra muy bien.

Dicha colonización fue una continuación de los patrones políticos y administrativos desarrollados en la colonización de la propia península ibérica durante la conquista castellana, hasta la unificación con Aragón y la consolidación de la primera de las monarquías absolutas que pondrían fin a los regímenes medievales (la toma de Granada, que culmina esta inflexión, se produce precisamente en 1492).

Este nuevo Estado concedía una importancia multiplicada a la «pureza de sangre» no sólo por construirse sobre un sustrato poblacional parcialmente musulmán (debieron abjurar para convertirse al cristianismo) sino también judío (igualmente expulsado u obligado a la conversión). España nacía evangelizadora,  vigilante de la pureza de sangre y colonizadora, y este sustrato político marca la historia de América.

Nótese que no se hablaba estrictamente de razas, hubiese sido imposible tras siglos de coexistencia entre las tres grandes religiones y la gran diversidad de procedencias de la población (el propio Colón era genovés). Lo que hicieron oficialmente los sistemas coloniales españoles en América fue distinguir «castas».

El momento fundacional lo ponía fácil; estaban los españoles, los indios, y también los esclavos negros que, de forma creciente, fueron acompañando la colonización, y así se cuantificaba y clasificaba la población en los primeros recuentos o en los registros de movimientos portuarios (nótese que administrativamente la clasificación es ridículamente ciega a la población «extranjera» europea, ajena al imperio, que desde el principio empezó a llegar también). En esta tríada sí se llegaba a hablar de tres razas diferentes, considerando a cada una «pura», comparadas con los descendientes de la mezcla (como siempre, la supuesta «pureza» no resiste el más mínimo contraste con la realidad, la península ibérica del siglo XV había sido todo menos racialmente pura).

En la Europa de la época, la reproducción humana había estado sujeta a una estricta y compleja regulación jurídica, familiar y social, en la que la Iglesia y las diferencias sociales estaban siempre presentes. La regulación del matrimonio y de su descendencia era férrea, y preveía medidas ante los emparejamientos ilegítimos y sus «frutos» igualmente ilegítimos (la iglesia regentaba las inclusas y contribuía a la gestión de los burdeles, algunos creados por la propia corona). Todo esto saltó por los aires en las colonias, pese a los patéticos esfuerzos de reproducir el mismo marco regulador.

En América el problema de la mezcla surgió de inmediato, y de forma muy «alarmante» ya en la segunda generación. Los colonizadores tenían una composición abrumadoramente masculina y no tuvieron reparos con las mujeres indígenas, «legalmente» o por la fuerza si encartaba. Y tuvieron muchos hijos, claro, reconocidos o ignorados.

El resultado para los «contables» de los virreinatos fue la necesidad de distinguir nuevos sub-tipos de población y regular sus diferentes derechos y obligaciones. La cosa no era demasiado complicada para esa segunda generación, al menos conceptualmente, porque las variaciones eran limitadas:

  • Mestizo: descendiente de español/a con indio/a
  • Mulato: descendiente de español/a con negro/a
  • Zambo o lobo: descendiente de  indio/a con negro/a

La complejidad era algo mayor, por las diferencias entre que la casta paterna y materna fuese una u otra. Pero a la tercera generación la cuestión empezó a volverse endemoniada por pura combinatoria, y es fácil imaginar cómo estaba un siglo después. Mantener el sistema hizo necesaria una labor pedagógica y de divulgación de las clasificaciones oficiales, y un ejemplo impagable de esta labor es todo un género de la pintura de la época, la pintura de castas. Introduce esa expresión en el buscador web del Museo de América y podrás ver multitud de ejemplos. También el video que encabeza esta página es resultado de una colección de estas pinturas, en este caso en el Museo de Historia Mexicana. Pero hay muchos más en infinidad de museos y colecciones particulares. Aquí tienes algunos ejemplos:

Museo Nacional del Virreinato, Tepotzotlán, Mexico

Pero toda pedagogía tiene sus límites a la hora de convencernos de la existencia de tipos ideales que no existen en el mundo real. A medida que pasaba el tiempo la complejidad se volvió inmanejable. En el siguiente gráfico (que debemos agradecer al trabajo de D. Riaño Rufilanchas) tenéis una muestra de ello, y eso que sintetiza sistemas distintos de definiciones, no siempre coincidentes:

Síntesis gráfica de D. Riaño Rufilanchas

Tan complicado se volvió distinguirlas que en los distintos virreinatos se llegó a obligar a los indígenas a vestirse de manera identificable. Mucho de lo que hoy es considerado indumentaria típica es en realidad una imposición legal para resolver el papel «disolvente» de la mezcla, sin relación alguna con la vestimenta real previa a la colonización. Como botón de muestra, buena parte de la supuesta ropa tradicional de las mujeres andinas (vestidos, chales) son en realidad de origen andaluz y resultó de una imposición del virrey español Francisco de Toledo en 1572.

Traje típico de la chola boliviana, en Wikipedia

Datado en 1790,  el primer censo de Nueva España (el virreinato abarcaba desde la actual Costa Rica hasta una parte amplísima de lo que hoy es EEUU), también conocido como Censo de Villagigedo, las clasificaciones publicadas incluían, claro está, la de la población por casta, junto al sexo o la edad. Un absoluto sinsentido sin antecedentes o continuidades cotejables que, gracias al trabajo de la Dirección General de Estadística de México podemos hoy consultar:

Este sinsentido empezó a declinar porque los movimientos de independencia abolieron en el siglo XIX los privilegios, impuestos y obligaciones basado en el sistema de castas. En muchos casos quedaron además abolidas en las nuevas constituciones. Sin embargo no fue el fin de las castas. La construcción ideológica y simbólica de los nacionalismos de Estado, asociados a los movimientos de independencia, cayó en el error opuesto de utilizar las castas y los mitos sobre la pureza original, esta vez para construir el pasado «nacional». Hoy es prestigioso en ciertas ideologías políticas decir que  uno es de origen indígena, pero casi nunca se mencionan los otros ancestros en la saga familiar, especialmente si era «española». Por no hablar de la discriminación, en el otro extremo, que sigue ejercitándose contra indígenas o descendientes de esclavos.

Otras pistas:


Música en ApdD: La Tierra Del Olvido | Playing For Change | Song Around The World

4 comentarios en “El retrato de castas”

  1. Buenos días:
    Muy interesante entrada y buenas pistas para ampliar. En este sitio siempre se puede aprender.
    A cambio, por si a alguien le puede servir, quisiera hacer mención al sombrero que visten las mujeres de la foto. También, como mantos, faldas y refajos, es importado. Su parecido con el llamado sombrero hongo o bombín no es casual. Es ese modelo de sombrero que identificamos con la caricatura del hombre de negocios londinense o el personaje de ficción Jonathan Steed de la vieja serie de televisión «Los Vengadores». Lleva en el vestido «tradicional» de la zona un siglo, aproximadamente, y es el reflejo del cambio de influencias. Y de unos fabricantes, a los que se les abrió el cielo en forma de ventas indiscriminadas, porque ese sombrero, rígido como un casco, hay que construirlo sobre el cráneo (siguiendo las formas particulares) del portador para que encaje y no se mueva. De ahí que en la versión femenina andina no hay tallas y se lleva más como un tocado, o peineta, sujeto para que no se caiga.
    Un saludo.
    Jesús

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