Ruanda 94: ¿una pesadilla mathusiana?


Yoan Molinero lleva unos meses trabajando en el CSIC, con  cargo a un proyecto centrado en la inmigración en España. Pero su pasión como politólogo es África Subsahariana, y un día, tras la típica conversación de pasillo en la que descubres a un auténtico apasionado y gran conocedor de su tema, le propuse una entrada como firma invitada, centrada en las explicaciones demográficas al genocidio ruandés. Para mi alegría aceptó, y este es el magnífico regalo que nos hace:

 


 

Ruanda 94: ¿una pesadilla mathusiana?

Por Yoan Molinero Gerbeau

 

Hace dos décadas, el continente africano fue capaz tanto de maravillar como de horrorizar al mundo. Como ejemplo de lo contradictoria que puede llegar a ser la especie humana, en el espacio de 6 semanas, el mismo continente que se enorgullecía de celebrar el fin la segregación racial en Sudáfrica con la llegada al poder de Mandela, asistió al asesinato de 800.000 personas a golpe de machete en Ruanda. Este post trata el segundo tema, puesto que, como en aquel ya lejano 1994, los medios dan muchísimo más bombo al primer acontecimiento que al segundo.

El país de las mil colinas (nombre que recibe Ruanda por su curiosa orografía) es uno de los estados más pequeños de África Subsahariana (26.338 km2). Situada en la zona de los grandes lagos, esta república tiene una población eminentemente rural donde el cultivo de café y té ocupa a la mayoría de unos habitantes que no solo comparten lengua, el kiñaruanda, y religión, el cristianismo, sino que han vivido siempre entremezclados (nunca llegó a existir un “hutuland” o un “tutsiland”). Estas características sugieren una homogeneidad prácticamente inédita en un continente donde la colonización europea, entre muchos otros desastres, legó una configuración geográfica completamente forzada y unos límites estatales artificiales y sin base histórica y demográfica, más allá de haber formado parte del primer imperio que ahí clavó su bandera. Las teorías clásicas de formación de los estados nación sugieren que Ruanda dispondría por ello de todos los elementos para formar una entidad política estable ¿Cómo es posible que entonces veinte años atrás una parte de la población exterminara de forma sistemática al 11% de sus compatriotas?

Esta pregunta lleva 20 años rondando entre los politólogos y científicos sociales que han tratado de entender ese genocidio, cosa imposible sin antes entender la configuración étnica del país.

Fuente del mapa: http://bcsrwanda.blogspot.com.es/

De las tres principales etnias en Ruanda los hutu son mayoría (85%), seguidos por los tutsi (12%) y los twa, cuya presencia es mínima (3%). El conflicto entre hutus y tutsis es viejo, muy anterior a 1994. Se ha extendido mucho la teoría de que los hutu eran granjeros que viniendo del sur poblaron primeramente el país hasta que más tarde llegaron desde el norte los tutsis, pastores, y dominaron a los otros. Seguramente sobredimensionada, es una importante primera base para entender el conflicto, dada la aceptación que este relato tiene tanto entre la propia población como entre los académicos. Lo que sí está documentado es que en el siglo XIX hubo un rey tutsi que utilizó a la población hutu como sierva. Este régimen previo fue aprovechado por alemanes (primeros colonizadores de Ruanda) y belgas (recibieron el control de la colonia tras la Primera Guerra Mundial) que utilizaron a los tutsis como intermediarios para gobernar, perpetuando la marginación política y económica de los hutu. El gobierno de la colonia extendió la idea de que los tutsi eran superiores racialmente (rasgos más finos, color de piel más pálido y además mayor inteligencia) y por ello debían gobernar. Impusieron, además, una carta de identidad racial que marcaría claramente la etnia de cada individuo a fin de poder diferenciarlos fácilmente.

En los 50 empezaron los primeros estallidos de violencia hutu. Bélgica trató de apaciguarles abriendo un poco el sistema, con fuerte resistencia tutsi. La muerte en misteriosas condiciones del rey tutsi en 1959 fue determinante para que la revolución hutu tuviera éxito y los belgas decidieran abandonar la colonia a su suerte en 1962.

Desde la independencia del país, los hutu han gobernado primero a través de un sistema de partido único y más tarde bajo un régimen totalitario liderado por el general golpista Juvenal Habyarimana. A lo largo de los años se sucedieron los pogromos hacia la población tutsi, provocando migraciones en masa hacia Burundi y Uganda y el nacimiento del Frente Patriótico Ruandés (FPR), una guerrilla tutsi nacida en el 87 cuyo objetivo era derrocar al gobierno de Habyarimana. El recrudecimiento de la incipiente guerra civil en los 90 llevó a varias conferencias de paz internacionales. Pero el 6 de abril de 1994 cuando el presidente ruandés regresaba de la última de ellas, su avión fue alcanzado por dos misiles (sigue siendo un misterio quien los lanzó) que provocaron su muerte y el inicio del genocidio.

El resultado es bien conocido, en seis semanas tres cuartas partes de la población tutsi fue exterminada a manos de sus vecinos. Quienes días antes se sentaban al lado en la iglesia del pueblo o jugaban juntos en el mismo equipo de fútbol, pasaron a convertirse en víctimas y verdugos protagonizando el último genocidio del siglo XX.

Desde que el 6 de abril de 1994 Dios decidiera irse de viaje (como reza el título de una de las tantas películas dedicadas al genocidio), medios y académicos siguen tratando de entender las razones de uno de los más oscuros capítulos de la historia de la humanidad. No se ha dado un claro consenso, pero las teorías explicativas caben en dos grandes categorías: los neo malthusianos, que explican el genocidio como una consecuencia de la fuerte presión demográfica existente en el país y los “políticos”, que consideran más determinantes los factores históricos y políticos.

Junto a estos, antes de detallarlos, cabe destacar también un tipo de discurso, muy común entre los medios dominantes, que ha teñido el debate en ambos lados: lo que Mark Duffield denomina como “nuevo barbarismo”.

El nuevo barbarismo es un discurso hegemónico reproducido por medios de comunicación, políticos, académicos etc. que tiende a explicar los conflictos en África siguiendo el argumento “étnico-tribal”. Este discurso bio-determinante e inconscientemente (en el mejor de los casos) racista, explica los conflictos africanos como algo anárquico, donde la mera diferencia étnica justifica la lucha entre grupos. Se trata de algo irracional y primario, que existe desde antaño y lleva a la enemistad de los grupos por ser meramente diferentes ¡cuántas veces habremos oído explicar los conflictos africanos como una lucha entre tribus o entre etnias sin que se aporten más argumentos que éste!

Este discurso encontró su lugar en las matanzas ruandesas y fue el argumento primordial de los Estados Unidos o de Francia para no intervenir y frenar la acción de Naciones Unidas (que ya tenía contingentes desplegados sobre el terreno, testigos inmóviles de la masacre). Hoy día los medios siguen, en su mayoría, explicando el genocidio de esta forma simplista y reduccionista, que además elimina cualquier tipo de responsabilidad de otros actores: el genocidio de Ruanda fue una matanza entre hutus y tutsis, dos etnias irreconciliables.

Este discurso ha teñido también los análisis de académicos en ambos grupos, pero es en el primero donde cobra más fuerza. Sorprendentemente, el argumento neomalthusiano ha tenido fuerte aceptación para identificar las causas del genocidio tutsi. En 1994 las Naciones Unidas en la Conferencia de Población y Desarrollo de El Cairo ya hablaron de un conflicto étnico fruto del fuerte crecimiento poblacional y la presión demográfica. Más tarde, en 1996, King y Elliot también concluyeron que el conflicto había sido causado por la fuerte presión demográfica que llevó a un choque tribal.

En 2005 el argumento se populariza definitivamente con el best-seller de Jared Diamond “Collapse – How societies choose to fail or suceed”, en lo que vendría a ser para los estudios demográficos lo que fue el Choque de Civilizaciones de Samuel Huntington para la ciencia política. Sin negar la importancia de otros factores como la instrumentalización política que hicieron las élites hutu del enemigo tutsi para salvaguardar su posición, Diamond explicaba que las altas tasas de fecundidad de los ruandeses, unidas a la escasez de tierras (y por ende a la escasez de comida), llevaron a la sociedad ruandesa a una fraticida lucha por la supervivencia ¿Por qué entonces otros países con mayor presión demográfica no han acabado igual? Diamond lo justifica al no establecer una relación directa entre presión demográfica y genocidio. Para él, todo el resto de factores (históricos, políticos, etc.) son importantes en la medida que prenden la mecha de una situación demográfica insostenible. Es decir, una vez más, la diferencia aquí la marcaba el odio étnico, y unos políticos incapaces que utilizaron el chivo expiatorio racial cuyo germen estaba en la presión demográfica.

De todas formas, entre quienes consideran el factor demográfico como determinante, hay críticas a Diamond. Boudreaux por ejemplo le reprocha no haber considerado factores como que el régimen totalitario de Habyarimana prohibiera la venta de tierras o la migración del campo a la ciudad (para evitar la formación de villas miseria). Boudreaux cree que estos elementos llevaron a una considerable frustración entre una población cada vez más pobre y con menos oportunidades que, al sufrir una fuerte presión demográfica, se dejó guiar por unos políticos desalmados que planearon el genocidio para perpetuarse en el poder.

Entre los autores que han esgrimido argumentos “políticos” hay pocas aportaciones novedosas. Muchos han invertido el orden de los argumentos para seguir manteniendo la misma tesis de fondo: la presión demográfica fue importante pero no determinante, el genocidio estalló porque había una historia de odios étnicos, una competición descarnada entre grupos por alcanzar el poder y en plena guerra contra el FPR, el gobierno extremista hutu alimentó el odio ante el enemigo tutsi, culpable de la difícil situación. El nuevo barbarismo sigue aquí presente: dos etnias enemistadas desde la noche de los tiempos subieron un escalón más en su eterno conflicto, y una alta presión demográfica pudo ayudar a agravar las tensiones. Esta visión tampoco es creíble.

No pretendo llegar a una conclusión inequívoca sobre las causas del genocidio, sino reubicar el debate en consideraciones más críticas. La (sin duda exagerada) dualidad de argumentos que he presentado solo contribuye a perpetuar un discurso hegemónico que no da respuestas reales a los problemas africanos. Mbuyi Kabunda insiste en la necesidad de que analicemos los conflictos africanos como algo multidimensional y superemos la explicación étnica. Buscar una explicación al genocidio de Ruanda debe implicar factores históricos, económicos, políticos, demográficos etc.

Bastan pocos datos sobre la población ruandesa de 1994 para cuestionar el argumento neomalthusiano. Van Ginneken y Wiegers usan datos de la FAO para mostrar que, si bien Ruanda estaba entre los países con mayor «presión demográfica» del mundo, Bangladesh y Kenia también, y no protagonizaron matanzas. Jean Hatzfeld, para escribir “Une saison de Machettes”, realiza una serie de entrevistas en profundidad a hutus encarcelados por el asesinato de tutsis, y ninguno menciona el hambre, la pobreza o la falta de expectativas como justificación. Lo que relatan es que la matanza se convirtió en su actividad diaria y que, después de cada sesión de rastreo y búsqueda de objetivos, volvían a sus casas a descansar o quedaban para beber urwagwa, el característico licor de plátano ruandés. De haber tenido importancia capital, habrían mencionado las tierras como objetivo y, una vez conseguidas, podrían haberse contentado. La caída del PIB nacional al 50% atestigua también que en ese periodo (y en los posteriores) el cultivo fue masivamente abandonado y la presión demográfica (factor supuestamente proporcional a la población existente) no se redujo porque el 11% de la población del país fuese “cortado” (eufemismo habitual entre los asesinos para referirse a las matanzas).

Al contrario, lo que estos testimonios evidencian es un plan dirigido, en el que cada cual ocupaba su lugar dentro de la maquinaria genocida, sin lugar para negaciones o deserciones. Quienes se oponían a salir de “cacería” y no podían sobornar a los líderes interhamwe (milicias hutu extremistas encargadas de liderar la masacre) acababan muertos. Hoy la población ruandesa sigue creciendo y muchos de los problemas de 1994 permanecen, de modo que esa “función correctiva” de la demografía que algunos han querido ver en el genocidio ni ha tenido efectos ni ha vuelto, afortunadamente, a plantearse.

La literatura que mejor explora las raíces del conflicto ruandés es la “antropología política de la guerra” o literatura de los “agravios” (grievances), inserta en la teoría crítica de Relaciones Internacionales, que cuestiona los enfoques monocausales de los conflictos africanos. Busca relacionar a su vez lo local con lo global teniendo en cuenta que los hechos suceden en ambas esferas. En el caso ruandés, estudia la configuración histórico-política del estado, las agendas de los actores, la influencia de las potencias coloniales y su herencia, la utilización del elemento étnico como base para la formación de proyectos políticos excluyentes, el carácter totalitario del régimen de Habyarimana, la lucha del FPR, la situación económica del país y quizás también, la situación demográfica. A su vez no hay que dejar de resaltar la influencia que actores internacionales han tenido en el desarrollo de los acontecimientos. Desde la pobreza que generaron los Planes de Ajuste Estructural impuestos por el FMI y el BM, hasta el neocolonialismo belga y sobre todo francés (estado que entrenó a las milicias interhamwe hasta los días mismos de las matanzas), el papel de las Naciones Unidas y la situación geopolítica de la región donde la configuración social similar de Burundi (donde los acontecimientos y matanzas ahí tenían su reflejo en Ruanda) o el eterno caos de República Democrática del Congo han tenido su fuerte influencia.

No era posible profundizar en todos estos elementos en un post, pero espero haber dado algunas pinceladas de la constelación de elementos que dieron lugar a una de las mayores atrocidades del siglo XX. En cualquier caso, si debe sintetizarse, mi conclusión es que un enfoque global que siga la literatura de los agravios descarta desde el primer momento la pesadilla malthusiana como causa principal o determinante del genocidio tutsi.

Más pistas académicas sobre el tema:

 

 

 

 

 

 

Y ahora otras… en audiovisual

Fichas en filmaffinity de algunas peliculas sobre el Genocidio que podemos recomendar en el post.

 

 

 

Yoan Molinero Gerbeau
Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración
y Máster en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos
por la Universidad Autónoma de Madrid. 

2 comentarios en “Ruanda 94: ¿una pesadilla mathusiana?”

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