Lo que sigue es un texto de Maria Julieta Oddone, que sintetiza los orígenes del concepto «Envejecimiento Activo». Ella es Profesora Titular de Sociología de Envejecimiento en la Universidad de Buenos Aires, y colega en un proyecto de colaboración entre México, Argentina y España para investigar ese tema. El texto es parte de su trabajo en esta colaboración, y le he pedido permiso para usarlo también en el blog (gracias Julieta por tu generosidad)
(también puedes ver y escuchar a la autora en video, durante su intervención en el seminario Vejez Activa en el Mundo Iberoamericano, que organizamos recientemente en el CCHS-CSIC –post sobre el seminario-)
Antecedentes teóricos del Envejecimiento Activo
Maria Julieta Oddone
La primera generación de teorías surgió durante la década del sesenta, aunque hubo propuestas preliminares durante la década anterior. En particular Personal Adjustement in Old Age de Cavan, Burgess, Havinghurst y Goldhamer publicado en 1949 y Older People de Havighurst y Albrecht en 1953, son considerados como los precursores de la gerontología social. Estos primeros esfuerzos estaban enmarcados dentro del abordaje de la psicología social y se interesaban en las distintas formas de actividad y grados de satisfacción en la vida. Con sus enfoques particulares cada uno de ellos, sin embargo, tenían en común el análisis a nivel micro social, pues se basaban en conceptos tales como roles, normas y grupos de referencia para explicar el grado de adaptación a la declinación que consideraban propia del envejecimiento. El funcionalismo estructural y el interaccionismo simbólico son las tradiciones teóricas sobre las que se construyeron estas primeras teorías sociales del envejecimiento. Por lo tanto, al tratar de explicar modelos adaptativos exitosos o disfuncionales, se centraban en el individuo como unidad de análisis, independientemente del contexto cultural o de la situación social.
La teoría de la actividad (Cavan, 1962; Havignhurst & Albrecht, 1953), en contraposición a la del descompromiso, sostiene que cuanto más activas sean las personas ancianas, mayor satisfacción obtendrán en su vida. En realidad la teoría de la actividad no fue desarrollada explícitamente hasta que debió enfrentar el desafío de la teoría del descompromiso. En su formulación original (Cavan y otros, 1949; Havinghurst & Albrecht, 1953) no estaba enmarcada dentro del interaccionismo simbólico. Sin embargo, en los desarrollos posteriores (Cavan, 1962) aparece más estrechamente ligada a esta corriente teórica, ya que en ellos se destaca la importancia de la interacción social en el desarrollo del concepto de sí mismo en la vejez.
Desde la perspectiva de la teoría de la actividad, el concepto de sí mismo está relacionado con los roles desempeñados. Como en la vejez se produce una pérdida de roles (por ejemplo, jubilación, viudez), para mantener un autoconcepto positivo éstos deben ser sustituidos por roles nuevos. Por lo tanto, el bienestar en la edad avanzada depende de que se desarrolle una actividad considerable en los roles recientemente adquiridos.
La teoría de la actividad proporciona la justificación conceptual al supuesto que subyace en gran cantidad de programas para los viejos: la actividad social es beneficiosa en sí misma y tiene como resultado una mayor satisfacción en la vida. Al mismo tiempo, sin embargo, la teoría supone que todas las personas viejas necesitan y desean mantenerse activos y participativos. Asimismo, la teoría pasa por alto que las distintas actividades tienen diferentes significados para las personas. Lemon y otros (1972), por ejemplo, en su intento por enmarcar la teoría de la actividad en términos del interaccionismo simbólico, encontró que la relación entre bienestar y actividad en la vejez depende del tipo de actividad: formal, informal, solitaria.
La Teoría de la Actividad tal como lo enuncia Tartler en 1961, puede ser llamada o confundida con la Teoría de los Roles pues comparten planteamientos similares. El punto en común y que, quizás, se presta a confusión, es que toda actividad social supone o involucra un rol.
En este contexto se entiende por rol social a una expectativa de comportamiento social en relación a mandamientos normativos de base simbólica y que se imponen a los sujetos en base a normas sedimentadas en la sociedad. Desde esta perspectiva, hay cierta similitud con la clásica definición de Durkheim de “hecho social” en relación a la fuerza coactiva que dicho hecho posee para los individuos que viven en una sociedad. Un rol, desde la mirada del sociólogo francés, puede ser considerado, entonces, un hecho social.
El sujeto es compelido por estas normas a actuar conforme su dictado. La persona mayor, al llevar adelante una actividad social, no lo hace de cualquier manera sino desde un rol adjudicado o un rol asumido y definido por él. El rol, entendido desde esta mirada, aparece como una guía para la acción y colabora para la determinación de su praxis social. A partir de estas consideraciones, es posible advertir cómo se relaciona la Teoría de la Actividad con la Teoría de los Roles en la vida cotidiana de los viejos ya que la actividad social que desarrollan está afectada por el rol que deben desempeñar.
La Teoría de la Actividad es considerada como una de las más antiguas en el campo de la Gerontología. Lo más importante es estar socialmente involucrado socialmente independientemente del tipo de roles que se desempeñen, sin embargo algunos autores pusieron mayor énfasis en la calidad y la intensidad de las relaciones interpersonales que las personas sostienen antes que el número de roles que pueden desempeñar.
En su versión clásica, enfatiza que las actividades de intercambio social que involucran a otro significante, aunque esta significación pueda ser mínima, juegan un rol amortiguador para que las pérdidas de roles sociales que pueda traer aparejado el envejecimiento no traumatice al individuo. El poder sostener actividades sociales con sentido, contribuye con una cierta reconstrucción de la imagen y de la autopercepción que pudieran verse resentidas ante las pérdidas que no pudieron ser elaboradas convenientemente.
La Teoría de la Actividad, no toma en cuenta a los sujetos más envejecidos o, a los económicamente más débiles. Es una Teoría para los denominados “viejos-jóvenes” y desde esta mirada, contempla más la etapa post retiro que el envejecimiento propiamente dicho. Un aspecto relevante a considerar es que: no es la actividad social per se la responsable de la satisfacción vital sino el sentido que el sujeto logró encontrar o darle a la actividad que eligió, así, su satisfacción se ve incrementada. No es entonces la cantidad de contactos o actividades lo que debe ser considerada, sino su calidad en relación al sentido que esa actividad posee para el sujeto.
Se debe considerar, asimismo, no sólo los aspectos individuales sino también los grupales, los colectivos. Participar colectivamente de una actividad, posibilita fortalecer las potencialidades personales y también descubrir otras a partir de nuevos y originales roles que se ocupan en ese grupo. De esta manera, y gracias a las actividades sociales que se desempeñan en la vejez, es posible suplantar las pérdidas que la dinámica social ligada al trabajo obliga y elaborar los duelos por las pérdidas que se producen en el curso de la vida.
La Teoría de la Actividad, en una visión un tanto extremista, propone que sólo un individuo activo puede ser feliz y que sólo en el ejercicio de la actividad puede encontrar satisfacción. Esta convocatoria a una actividad se relaciona con la productividad. La actividad debe ser productiva y esta es la característica que brindaría satisfacción al individuo. Esta visión extrema y por demás utilitarista no considera el sentido adherido a ciertas actividades satisfactorias para el individuo pero que, sin embargo, no podrían ser consideradas productivas per se.
Lo que es preciso considerar es que los cambios sociales acaecidos en los últimos años en relación a la modernización de las instituciones sociales, especialmente la familia y el trabajo, que debemos recordar que era la fuente principal de la organización de la cotidianeidad, impactaron de alguna manera en el abanico de actividades que están a disposición para las personas mayores. El surgimiento de organizaciones como clubes o centros de personas mayores, brinda nuevas oportunidades para desarrollar actividades sociales. Al mismo tiempo que desaparecen los roles tradicionales ligados a particulares formas de transmisión de saberes, surgen otros ligados a estas novedosas formas de participación social.
Para Moody, (1998) la teoría de la actividad está en el polo opuesto a la teoría de la desvinculación de la vejez. Se argumenta que cuanto más activa es la gente más probable es que esté satisfecha con la vida. La teoría de la actividad asume que nuestra identidad está basada en los roles o actividades en las cuales nos comprometemos: nosotros somos lo que hacemos, podría argumentarse. La teoría de la actividad reconoce que la mayoría de la gente continúa en la vejez con los roles y las actividades establecidos anteriormente, porque continúan teniendo las mismas necesidades y valores.
Un punto similar se observa en la teoría de la continuidad de la vejez, que apunta a considerar que la gente que envejece se inclina a mantener tanto como puedan los mismos hábitos, personalidades y estilos de vida que desarrollaron en años anteriores (Costa y McCrae, 1980). De acuerdo con ambas, la teoría de la actividad y la de la continuidad, todas las disminuciones en la interacción social en la vejez se explican mejor por poca salud o discapacidad que por alguna necesidad funcional de la sociedad de “desconectar” a los viejos de sus roles previos.
Los resultados de investigaciones parecen apoyar algunos aspectos de la teoría de la actividad. El ejercicio continuado, el compromiso social y los roles productivos, todos parecen contribuir a la salud mental y la satisfacción de la vida. Pero otros estudios sugieren que la actividad informal o aun la integración social meramente percibida pueden ser más importantes en promover el bienestar subjetivo. En otras palabras, nuestras actitudes y expectativas acerca de la actividad o el distanciamiento pueden ser más importantes que nuestras pautas de participación formal. En realidad, lo que aún cuenta como “actividad” depende parcialmente de cómo miramos las cosas, no solamente del comportamiento externo. Este punto está enfatizado por aquellos que adoptan un punto de vista fenomenológico subyacente a la teoría de la interpretación de la vejez.
Si el retiro o las limitaciones de la edad hacen imposible la participación propiamente dicha, la teoría de la actividad sugiere que la gente encontrará sustitutos para los roles o actividades anteriores a los que hayan tenido que renunciar (Atchley, 1987).
Una gran cantidad de actividades sociales, alentadas por los centros de mayores o instalaciones de cuidados de largo plazo, están inspiradas por la suposición de que si la gente mayor está activa e involucrada, entonces todos estarán bien. Esta “ética de la ocupación” y su hostilidad al retiro comprende un sentimiento que parece que está ampliamente compartido, como puede verse en numerosos artículos de revistas de divulgación y autoayuda.
Pero tal participación activa puede ser más factible para los viejos-jóvenes que para los viejos-viejos. Las limitaciones biológicas no pueden ser todas superadas por el esfuerzo voluntario; ninguna cantidad de promoción de la salud puede aparentemente prevenir la enfermedad de Alzheimer, por ejemplo. Por igual, el ideal de la vejez activa parece en muchos aspectos una prolongación de la edad mediana más que algo especial o distintivo de la última etapa de la vida. Finalmente, a pesar de algún progreso en recientes años, la sociedad todavía coloca obstáculos al compromiso social en las trayectorias de los viejos. Por ejemplo, el volver a casarse es estadísticamente más difícil para las mujeres viejas que para los hombres viejos, y en el mercado laboral la discriminación por la edad es una barrera muy real previniendo que las personas de edad media y las más viejas (cualquiera de más de 40 es oficialmente un “trabajador viejo”) puedan iniciar segundas carreras. El reconocimiento más realista de estos hechos podría permitir a los viejos vivir sus años con mayor dignidad.
Por otra parte, la investigadora Ursula Lehr, plantea que la importancia de los factores sociales y ecológicos que muestran las investigaciones sobre el “successful aging”, es decir el logro de una vejez acompañada de bienestar psicofísico. En los estudios longitudinales, el cotejo de los supervivientes y de los no supervivientes indica que, además de una serie de datos biologicofisiológicos, los primeros demostraron un cociente intelectual más elevado, tanto en las pruebas verbales como en las prácticas, una mejor adaptación o un mejor modo de afrontar los problemas cotidianos, problemas que surgen durante la vejez. Denotaban así mismo una capacidad de reacción más rápida. Además ya al comienzo de la investigación sobresalió su comportamiento por una mayor complejidad y variabilidad, es decir, acusaban una mayor actividad en los mas diversos sectores de intereses. Aquellos que habían muerto en el intervalo se quejaban de un empobrecimiento de su entorno, de monotonía y aburrimiento.
Si se intentan resumir los resultados de los diversos estudios se observa que en los supervivientes coinciden en una mayor actividad, una complejidad y una variabilidad más amplias en le curso de la vida diaria, una referencia abierta al futuro, un estado de ánimo de matiz positivo y una mayor frecuencia de contactos sociales. La longevidad coincide además con una mejor formación escolar, una profesión bien considerada y una mayor actividad profesional, con un status mas elevado y con una mayor inteligencia.
El análisis de la variancia permite reconocer que los longevos son más activos, de mejor estado de ánimo con un grado más alto de adaptación.
Para la autora, el siguiente modelo muestra como un componente genético (1) y los factores ecológicos (2) son capaces de influir directamente sobre la longevidad y asimismo (3+4) sobre la inteligencia, la personalidad y la actividad. La estructura de la inteligencia y de la personalidad se ven también troqueladas por el entorno social (5), por los tipos de educación impartidos por los padres. La estructura de la inteligencia y de la personalidad parecen influir igualmente sobre la longevidad, tanto directa (6) como indirectamente, al coincidir con una mejor escolaridad (7) y un estatus social más elevado; ambos se correlacionan directamente con la longevidad (8). La mejor escolaridad supone además de la inteligencia, la personalidad y ciertas circunstancias del medio ambiente, la condición previa de una actividad profesional cualificada la cual, a su vez, se conecta con la longevidad por medio del status socioeconómico. El status social (9), ligado a la correspondiente estructura de la personalidad (10) y a otras circunstancias del medio ambiente (11) permite una nutrición mas racional, que puede considerarse también una premisa de la longevidad (12), así como la mayor profilaxis sanitaria y la mayor higiene (16) determinadas por la estructura de la personalidad (13), los factores ecológicos (14) y el estatus socioeconómico (15).
Los estudios longitudinales han hecho posible la demostración de una serie de correlaciones entre los diversos rasgos psíquicos, corporales, sociales y ecológicos por una parte y la mayor duración de la vida, por otra parte. Son precisamente estos resultados los que hacen resaltar la necesidad de una gerontología diferencial, al ofrecer pautas y formas de envejecimiento determinadas por un destino vital y hábitos de vida muy diferenciados, en las esferas somáticas y psíquicas y promovidos por circunstancias sociales y ecológicas muy concretas, con lo cual se contribuye a la consecución de una vejez feliz.
BIBLIOGRAFIA
- Atchley R. (1987) Age grading and grouping. En Maddox G. (Ed). The encyclopedia of aging. Springer Publishing company, New York.
- Bazo Royo, M. T y García Sanz (2006) Envejecimiento y Sociedad: Una perspectiva Internacional. Editorial Panamericana. Madrid.
- Bengtson, V., Schaie, K.W., Editors (1999), “Handbook of Theories of Aging”. Springer Publishing Company. New York.
- Cavan, R., Burgess, E., Havighurst, R., & Goldhamer, H., (1949) Personal adjustment in old age. Science Research Associates. (1949). Chicago.
- Costa y McCrae, 1980, “Still Stable after all these years: Personality as a year to some Issues in Aging” en Baltes, P. and O.G., Brim (eds.) Life Span Development and Behavior (Vol.3) N.Y. Academic Press.
- Havighurst, R., & Albrech, R., (1953) Older people. Longmans, Green. New York.
- Lehr, U., (1980) “Psicología de la Senectud”, Herder Barcelona
- Lemon, B.,Bengtson, V., & Peterson, J,. (1972) An exploration of the activity theory of aging: Activity types and life satisfaction among in- movers to a retirement communitu. Journal of Gerontology, 27, 511-523.
- Moody, H., (1998) “Aging. Concepts & Controversies”, Pine Forge Press. California.
- Neugarten B. (1999),” Los significados de la edad,” Herder Barcelona
- Oddone, María Julieta. (2010) “La teoría social del envejecimiento. Un análisis histórico” Capítulo en el libro “La gerontología a través de una historia institucional” Roberto Barca.(compilador) Centro de día. Buenos Aires. ISBN 978-987-26073-1-9. E-Book.
- Tartler, R., (1961) Das alter in der modernen Gesellschaft. Enke, Sttugart.
Dra. María Julieta Oddone
Profesora Titular de Sociología del Envejecimiento, UBA, Buenos Aires
Investigadora CONICET
Coordinadora del Seminario Envejecimiento y Sociedad
excelente escrito. gracias!!
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Llevo ya un par de días buscando por estos datos, me alegro que por fin encuentro algo completo, ahora a analizarlo. Mil gracias Julieta
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