Cambio de actitudes de hombres y mujeres en las relaciones intra-familiares; últimas dos décadas en España
Teresa Martín García
Científica Titular, IEGD/CSIC
IP del proyecto The Role of Men
Sabemos que las familias españolas están en rápida transformación –en su estructura y en la dinámica de la organización y las relaciones intrafamiliares–, y que aumenta sostenidamente la tolerancia y aceptación social hacia esos cambios [1]. Ahora bien, ¿cambian las actitudes de los hombres con la misma intensidad y velocidad que las de las mujeres? Sus identidades, roles y trayectorias educativa, laboral, conyugal y reproductiva también cambian por el nuevo rol femenino, la expansión educativa y el paulatino debilitamiento en el mercado de trabajo, agravado por la crisis económica actual [2]. Este post ilustra de forma sencilla este cambio a lo largo de las últimas dos décadas en España mediante las oleadas de 1994, 2003 y 2012 del International Social Survey Program (ISSP) sobre familia y género.
La Tabla 1 evidencia, primero, que pese a una evolución general hacia valores más igualitarios en la pareja y en la familia desde mediados de los años noventa, ellas abogan más por la igualdad. Además, un rechazo creciente, en los dos sexos, del modelo tradicional de familia con división asimétrica de roles productivos y reproductivos: sólo el 14,9% de las mujeres y el 21,4% de los hombres acepta que “el deber de un hombre es ganar dinero y el deber de una mujer es cuidar de su casa y su familia.” A día de hoy, el 88,9% de los hombres y el 92,5% de las mujeres prefieren un modelo de familia más igualitario en el que ambos participen en los ingresos familiares y en las tareas de cuidado. Esta evolución coincide en el tiempo con las pautas laborales de las parejas jovenes adultas. Según una investigación reciente con datos de la EPA, la proporción de parejas de 30-45 años en las que el hombre es el único proveedor de ingresos ha pasado del 48% en 1999 a sólo el 27% en 2014. Por el contrario, las de dos ingresos, situadas en 1999 en el 43% y que llegaron al 61% en 2007 antes de la crisis, representan el 54% en 2014 [3]. Pese a todo lo anterior, sigue existiendo un gran margen de mejora para que hombres y mujeres sean de facto corresponsables de los ingresos familiares y las tareas de cuidado.
Por último, la tabla refleja que la conciliación afecta más a las mujeres. Se ha reducido significativamente la proporción de mujeres (20,4%) y de hombres (28,3%) que piensan que “las mujeres no deberían trabajar si alguno de los hijos/as no tiene edad para ir a la escuela” pero siguen siendo ellas las que más están de acuerdo con que “tener hijos/as reduce las oportunidades de trabajo y progresión profesional de uno de los padres o de ambos” (63,0% vs. 53,7%). Además, cuanto mayor es el nivel educativo, mayor es el porcentaje de hombres y mujeres que manifiestan estar de acuerdo con esta afirmación, siendo este porcentaje superior en más de 10 puntos para las mujeres con el nivel educativo más alto respecto al de las mujeres de nivel inferior (69,4% vs. 58,2%) y respecto al de los hombres con estudios universitarios (58,8%).[4] Estas cifras corroboran la teoría económica del coste de oportunidad de los hijos, mayor para las mujeres y además, superior para aquéllas con estudios más altos en un contexto institucional como el español de políticas públicas escasas y poco generosas, que difícilmente alivian los fuertes constreñimientos del entorno laboral.
En la última oleada del ISSP (2012) se pregunta a hombres y mujeres cómo creen que debería dividirse el período de baja entre la madre y el padre cuando ambos tuvieran condiciones de trabajo similiares. El sistema de licencias parentales prevé 16 semanas de permiso de maternidad y 15 días de paternidad con el 100% de compensación salarial, y excedencias sin compensación monetaria hasta que el niño o la niña cumpla 3 años, y permite que la madre transfiera al padre un máximo de 10 semanas. Ellos prefieren que las mujeres ocupen un rol principal en los primeros meses de cuidado mientras que ellas prefieren un reparto más igualitario entre progenitores. Observamos, eso sí, diferencias importantes según el nivel educativo y la edad (Tabla 2). Cuanto mayor es el nivel educativo (especialmente en las mujeres), mayor es el grado de aceptación de un modelo más igualitario. El 45,7% de las mujeres con estudios superiores (vs. 32,1% en el caso de los hombres) declara estar de acuerdo con que “la madre y el padre deberían coger la mitad del período cada uno”. Son los hombres y las mujeres del nivel educativo inferior los que menos prefieren el reparto igualitario aunque, si distinguimos por edad en cada grupo educativo, los hombres y las mujeres más jóvenes tienen claro el modo de repartir y compartir las responsabilidades económicas y las tareas de cuidado en la pareja: por ejemplo, 3 de cada 10 hombres menores de 30 años con estudios primarios (4 en el caso de estudios secundarios) opinan que el padre debería coger al menos una parte o incluso la mitad del permiso.
La imagen del padre “distante”, asociada al modelo patriarcal, ha ido dejando paso a otra más comprometida y emocionalmente implicada, cosa que favorece la conciliación, la igualdad de género y el bienestar de la infancia [5]. Ahora bien, como apuntaba al principio, las mujeres llevan también el timón en actitudes igualitarias respecto a las licencias. La mitad de las mujeres jóvenes con estudios secundarios (51,6%) y universitarios (48,1%) prefieren que los hombres se involucren por igual durante los primeros meses de cuidado del bebé. Sin embargo, según datos del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, de todas las prestaciones por maternidad solicitadas en 2013, sólo se transfirió parte del permiso al padre en el 1,7% (MTSS 2013). Un permiso por nacimiento y/o adopción, individual, intransferible y pagado al 100% para cada progenitor, ayudaría a establecer estos patrones deseados de parentalidad compartida.
En conclusión, el modelo tradicional de familia no está en crisis, como alertan algunos, puesto que ya no representa las actitudes y preferencias de los españoles –sobre todo los más jóvenes–. En todo caso, sí pueden verse amenazadas las nuevas trayectorias de vida familiar y las relaciones intra-familiares tal y como las desean los hombres y las mujeres (Esping-Andersen 2004).[6] El marco institucional sigue sin facilitar –e incluso dificulta– las expectativas de cada uno/a respecto a la vida familiar que prefiere. En espera de una nueva política de familia necesaria y urgente que se adapte a los nuevos tiempos, sólo podemos confiar que el cambio profundo de valores que se ha producido en las últimas dos décadas funcione como una línea roja de no retorno respecto a la igualdad de género en la sociedad española.
- [1] T. Castro-Martín y M. Seiz (2014). La transformación de las familias en España desde una perspectiva socio-demográfica. VII Informe sobre exclusión y desarrollo social en España, 2014, Fundación FOESSA.
- [2] www.menrolesproject.com
- [3] El capítulo “Padres primerizos en tiempos de crisis. Análisis del comportamiento laboral de los padres y madres en España” de M.J.González formará parte de un volumen sobre la transición al primer hijo, coordinario por T. Jurado y M.J.González y publicado próximamente por la editorial Catarata.
- [4] Ahora bien, existen diferencias significativas cuando distinguimos por grupos de edad dentro de cada nivel educativo. Por ejemplo, el 64,3% de los hombres con estudios superiores menores de 30 años manifiestan estar de acuerdo con que tener hijos/as reduce las oportunidades de trabajo y progresión profesional de uno de los padres o de ambos (vs. 51,8% de hombres con estudios superiores de 65+). Las mujeres universitarias de menor edad son también las que más acusan el efecto de la maternidad en sus prospectivas laborales (el 70,9% se declara a favor de esta afirmación vs. 61,9% de las mujeres con estudios superiores de más de 65 años).
- [5] J.C.Gornick y M.K.Meyers (2008). “Creating Gender Egalitarian Societies: An Agenda for Reform.” Politics and Society 36: 313-349.
- [6] G.Esping-Andersen (2004). “La política familiar y la nueva demografía.” Consecuencias de la evolución demográfica en la economía, ICE Mayo-Junio Nº 815.
Creo que no se deben hacer estudios tan lineales, olvidando una gran «multi disciplinaridad» necesaria, porque da la impresión de que las conclusiones estaban anunciadas en el mejor estilo de las «self fulfilling prophecies».
Occidente avanza a pasos agigantados hacia su extinción demográfica Comparen solamente la proyección de la población africana –de 1100 a 4000 millones en menos de lo que queda de siglo y la Europea que de unos 400 millones pasaría a 500 en el mismo plazo. Y no hablo para nada del mundo musulmán que mucho antes de fin de siglo se hará con las riendas en Europa.
Y la autora preocupada con quién friega, quién plancha y quien cuida del niño o lo tiene el fin de semana.
No se puede hacer «microsociología» tan aislada del entorno y de los ciclos.
Es decir en la gran corriente de la historia nos detenemos en ver la brizna de paja que flota río abajo de una sociedad que, al tiempo que se destruye en un ciclo cultural, se mira al espejo embelesada como si lo que sus miembros hacen fuera «progreso».
A este paso solo se hacen estudios de lo que resulta políticamente correcto al 1% de Stiglitz.
Y así nos va.
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