EL misterio de la mortalidad en Rusia


Putin

El tránsito del comunismo al capitalismo en las antiguas repúblicas soviéticas tuvo un coste económico y social enorme. De 1991 a 1993 la producción de bienes y servicios se hundió un 20% en el conjunto de la antigua URSS, y en algunas repúblicas lo hizo en más del 50%. Menos conocido es que el volumen de la población rusa también se vino abajo (en 1991 era de 148,4 millones de habitantes, pero  en  2008 había descendido a 142,7 millones) y todavía hoy es inferior a la de los últimos años de la URSS, a pesar de que desde entonces la inmigración neta ha superado los cuatro millones de personas (con Ucrania como principal procedencia).

Para explicar una evolución tan anómala la tentación es atribuir este despoblamiento al tópico tan socorrido de la baja natalidad y el envejecimiento de la población, que para los catastrofistas demográficos sirven siempre y para cualquier país. Pero es un error identificar  crecimiento con natalidad, porque los nacidos se traducen en población más o menos abundante en función del tiempo de vida que tienen por delante. En Rusia la pérdida de población se explica, sobre todo, por un aumento muy notable de la mortalidad.

Esperanza de vida al nacer. Rusia 1960-2019

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Fuente: https://data.worldbank.org

En cualquier caso estamos ante un buen ejemplo de la incidencia que un cambio político tan extraordinario tiene en cuestiones demográficas.

Después del desmantelamiento de la Unión Soviética en 1991, la Federación Rusa (así como otros países de la zona afectadas por la misma transformación política y económica) retrocedieron a un pasado remoto en materia de la mortalidad adulta, un retroceso hasta niveles previos a la segunda guerra mundial.

Explicar las causas se convirtió en una necesidad no sólo científica, sino política e ideológica, porque la mejora de la esperanza de vida se había convertido, desde el final de la segunda guerra mundial, en un campo en el que los dos bloques, el Soviético y el Estadounidense, se miraban las caras y competían, igual que lo hacían en muchas otras materias de gran carga simbólica (desde la supremacía deportiva hasta la conquista del espacio). Y en materia de mortalidad y su rápida mejora, parecía ganar el sistema comunista, con ejemplos tan espectaculares como la buena salud y atención médico-sanitaria en Cuba, frente al desastre en países de América Latina aliados o dominados por Estados Unidos.

Así que lo ocurrido con su esperanza de vida al caer la URSS servía a unos para confirmar las maldades del capitalismo, mientras otros argumentaban que el desastre ya estaba iniciándose previamente y la transición política no había sido más que una de sus consecuencias.

Tras las inmediatas interpretaciones políticamente interesadas, la investigación fundamentada en datos y en métodos científicos empezó a arrojar, poco a poco, resultados menos sesgados y mucho menos simplistas.

Algunos autores han constatado que el desplome de la supervivencia adulta ha estado asociado al dramático aumento de las desigualdades sociales y económicas (Cockerham, 1997), el incremento del paro y el desarbolamiento de las redes de seguridad imperantes durante el período soviético.

Pero el descenso de la esperanza de vida ya era visible en los años previos al desmembramiento de la URSS, un signo claro de que el proceso de degradación que llevó al cambio político no fué sólo una cuestión política. Por eso otros autores interpretan que tales problemas colectivos han corrido paralelos a un elevado «estrés social», al que la mortalidad adulta es sumamente sensible (Leon y Shkolnikov, 1998; Vlassov, 1999).

Todo esto se tradujo en un incremento de la violencia, la criminalidad y, sobre todo, del consumo de alcohol, que han tenido un efecto directo en las tasas de mortalidad de las edades centrales; la caída de las probabilidades de supervivencia se produjo de manera muy concentrada en las edades entre los 20 a los 65 años de edad. El desmesurado consumo de alcohol, nuevamente, no es una novedad capitalista; el propio Gorvachov llegó a legislar (1985) para prohibir su venta en tiendas antes del mediodía (ley derogada con la caída del comunismo, con la consecuente vuelta a los niveles anteriores).

Pero quizá la característica más espectacular de este retroceso de Rusia en materia de mortalidad son las enormes diferencias entre hombres y mujeres. En 2019 las mujeres rusas alcanzaron 78,17 años de esperanza de vida, por debajo de la media en la UE pero en sintonía con la de países con un nivel de vida medio en el contexto mundial. Sin embargo el nivel general de la población rusa ese mismo año fue de 73,08 años, tan bajo que en el ránking mundial no está ni siquiera entre los cien primeros países, y el motivo es que la aportación de la esperanza de vida femenina a la del conjunto de la población se veía lastrada por los 68,24 años que tenían los hombres (¡diez años de diferencia!).

No debe sorprender que la vida media masculina sea inferior a la de las mujeres. Es una pauta bien conocida y prácticamente universal, por que las probabilidades de morir son, en todas las edades, ligeramente peores en los hombres (incluso al hablar de mortalidad intrauterina).  De hecho, esta es la explicación de que normalmente haya una mayor proporción de mujeres en cualquier población, y que esta diferencia sea ya muy notable en las edades adultas-avanzadas. Parece que tiene un fundamento biológico, aunque también se le añaden factores sociales bien conocidos, como las conductas nocivas para la salud más acentuadas en los hombres (tabaquismo, alcoholismo, mayor riesgo de accidentes laborales, de muertes en guerras, etc.). Pero lo de Rusia no es normal en absoluto. La diferencia puede ser de unos cinco o seis años y no llamar la atención, pero es que acabamos de ver que en 2019 era superior a diez años, y había llegado a ser de 14 años en 1994. En definitiva, la esperanza de vida masculina en la Rusia actual es escandalosamente baja en el mundo contemporáneo, equiparable únicamente al de algunos países africanos.

Todo lo dicho hasta ahora se refiere a la situación previa a la Covid y a invasión de Ucrania. La población rusa había conseguido recientemente unos años de renovado y sostenido aumento de la esperanza de vida y de progresiva reducción de las diferencias entre hombres y mujeres, aunque sigan siendo todavía muy llamativas. Y ese progreso va a verse frustrado una vez más. Rusia ha sido uno de los países con mayor sobremortalidad por la pandemia (con un exceso de mortalidad del 374,6 por 100.000 habitantes) y a ello no es ajena una política errática y muchas veces errónea en materia de salud y vacunación. Y ahora la guerra va a traducirse en una cantidad de muertes para los jóvenes soldados de leva del bando ruso que todavía no se ha cuantificado de forma oficial, pero que sin duda será sensible para la ya de por sí retrasada situación de la esperanza de vida en el país.

En definitiva, como he señalado reiteradamente en la sección de Políticas demográficas, todavía perviven ideologías, políticas y gobernantes que consideran que sus poblaciones son una herramienta del Estado, y no los sujetos a los que deben servir las acciones del Estado. Para esta perspectiva ideológica lo importante es una supuesta nación intemporal, ideal, a la que hay que defender aún a costa de sus componentes individuales, que deben incluso sacrificarse gustosamente para mayor gloria del Estado-Nación. Esta visión, tan propia de los nacionalismo románticos de principios del siglo XX, deberíamos revisarla todos también en nuestra propia ideología, porque está retomando fuerza en los tiempos actuales, y no sólo con Putin. Cuidado, porque esta fue una de las condiciones de posibilidad de dos guerras mundiales.


Primeros signos de empeoramiento tras la pandemia:


Música en ApdD: Junior Braguinha Quarteto – Jazz na Teodoro

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