La anticoncepción indígena en el Orinoco colonial


Una de las preocupaciones del imperio español fue el sensible descenso de la población indígena en las colonias. Como es bien sabido, muchas llegaron a extinguirse o anduvieron cerca. En «El Orinoco Ilustrado», un libro que narra su experiencia como misionero, un ilustre jesuita da una explicación para muchas de estas extinciones, más allá de la simple enfermedad o la dureza de los trabajos (también esa la describe). Sugiere que, además, las mujeres mismas eran las que usaban medios anticonceptivos para evitar tener hijos destinados una vida de esclavitud asegurada. El texto es interesante, además, porque pese a ser un religioso ordenado, el misionero no condena radicalmente esa práctica, se muestra comprensivo con sus razones e, incluso, le encuentra justificación en los mismísimos evangelios (que hoy parecen contener sólo argumentos a favor de la más radical oposición «pro-vida» a la anticoncepción):

Dos razones, tanto más fuertes cuanto más observadas y remiradas con largas reflexiones y experiencias, convencen y prueban la dicha voluntaria esterilidad; porque en primer lugar, muchas personas de maduro juicio han observado, que en las partes en que decaece conocidamente el número de indios, se ven muchas indias sin hijos, y enteramente estériles: y éstas son las casadas con indios; pero al mismo tiempo se reconoce en los mismos parajes y pueblos, que todas las indias casadas con europeos o con mestizos, cuarterones, mulatos, zambos y también las que se casan con negros, son tan fecundas y procrean tanto, que pueden apostar, a buen seguro, con las hebreas, más rodeadas de hijos. ¿Y quién habrá a quien no cause armonía, dé gran golpe, y le dé en qué esta tan visible y notable diversidad entre unas y otras indias de un mismo país, temperamento y de un mismo lugar?

 ¿Qué causa oculta hay aquí? ¿Qué diferencia? Digo que de la diferencia nace la causa: la diferencia está en que si la india casada con indio procrea, salen indios humildes, desatendidos de las otras gentes, prontos a servir hasta a los mismos negros esclavos (como ya dije en su lugar), salen los indios sujetos al abatimiento, hijo de la cortedad de su ánimo y de su innato temor, obligados al tributo, que aunque llevadero, se mira como carga y lunar; pues no quiero parir semejantes hijos, dijeron y dicen las indias de las catorce islas Marianas (por otro nombre de los ladrones) y a lo más (como de la nación de los guayanos me aseguró el Rmo. P. Fra. Benito de Moya, religioso capuchino, misionero apostólico y dos veces prefecto de sus misiones) logran sólo el primer parto para su consuelo, y toman yerbas para impedir los demás. Es cierto que la esterilidad voluntaria y buscada con tales medicinas es detestable., es contra la ley de Dios y contra el bien del género humano; pero no se puede negar que hay males, los cuales, o realmente o la apre­hensión, sean peores que la esterilidad mirada en sí puramente, por falta de hijos de que va acompañada; y así vemos que en este sentido dijo Cristo a las hijas de Jerusalén: cuando llegue la calamidad que os anuncio entonces serán dichosas las estériles y aquellas cuyos vientres no dieron fruto (1); y en este sentido excita Isaías a que los estériles alaben a Dios (2); y el apóstol a la de Galacia (3): porque llegada la tribulación, sentirán sólo su propio daño, y no la congoja de ver en él a sus hijos».

(1) Luc. XXIII, 29
(2) Is. LIV, 1.
(3) Ad Galat. IV.27.

 P. José Gumilla, S.L. (1745) El Orinoco Ilustrado y Defendido. Caracas, Academia Nacional de la Historia, Edición de Aguilar 1963. pgs. 486-487

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