Envejecimiento poblacional en Uruguay


Recientemente ha visto la luz un libro panorámico y divulgativo sobre la población de Uruguay, en el que han participado algunos integrantes del Programa de Población de la Universidad de la República. El libro recoge artículos publicados durante 2012 en el semanario Brecha, con motivo de la publicación de los nuevos datos del Censo 2011. 

Detrás de los tres millones. La población uruguaya luego del Censo 2011 (Autores:Julieta Bengochea / Wanda Cabella / Juan José Calvo / Mariana Fernández Soto / Martín Koolhaas / Mathías Nathan / Ignacio Pardo / Adela Pellegrino / Carmen Varela).

Confieso mi sintonía con el tono general de la obra y mi relación con este joven y dinámico Programa de Población (ver la Maestría en Demografía y Estudios de Población), con el que colaboré recientemente impartiendo un curso sobre la Teoría de la Revolución Reproductiva. Pero no tenía contacto previo con Mathias Nathan, el autor de la parte dedicada al envejecimiento demográfico pese a que, como se verá, coincidimos notablemente. Su autor me ha dado permiso para publicar aquí su aportación al libro (gracias Mathias por el regalo), y la transcribo a continuación:

Envejecimiento poblacional en Uruguay

Por Mathías Nathan

¿Qué es el envejecimiento poblacional? ¿Cómo viene evolucionando en Uruguay y cuáles son las perspectivas a futuro? ¿Qué variables lo provocan? ¿Qué interrogantes deja planteadas para nuestro país?

Los datos del censo 2011 indican que Uruguay tiene una población cada vez más envejecida. Esta información no debería sorprendernos en lo más mínimo, ya que el envejecimiento demográfico no es una novedad en nuestro país. Aldo Solari, referente de las ciencias sociales en Uruguay, anticipaba en su publicación del año 1957(1) el carácter “prematuro” de dicho fenómeno dentro del contexto regional. Desde entonces, una infinidad de investigaciones y diagnósticos no han hecho otra cosa que ratificar la profundización de este cambio en la estructura por edades de la población.

 Se entiende por envejecimiento de una población al fenómeno que consiste en el aumento proporcional de las personas viejas, es decir, aquellas que solemos ubicar en edades por encima de los 59 o 64 años (la opción depende del manual que se consulte). Por convención, se dice que una población está envejecida cuando la proporción de personas en edad avanzada supera el 10% de la población total. ¿En qué momento se alcanzó esta proporción de adultos mayores en Uruguay? Hace más de tres décadas, según los datos de los censos nacionales de población. La proporción de personas de 65 o más años se ubicó en el 9,8% en 1975 y continuó en aumento en los años siguientes: 11,2% en 1985, 12,8% en 1996, 13,4% en 2004 y 14,1% en 2011.

A pesar de estos antecedentes, la publicación de los resultados del último censo colocó al envejecimiento de la población como un dato preocupante o alarmante en nuestro país. Pareciera que nos cuesta aceptar que se trata de una característica de la sociedad uruguaya, de un dato de la realidad nacional. En cambio, se lo interpreta como un destino maldito del que Uruguay no consigue liberarse, como un camino que nos conduce insoslayablemente hacia tiempos de oscuridad e incertidumbre. Es altamente probable que detrás de esta lectura de los datos exista un desconocimiento de las causas que provocan el envejecimiento.

El incremento del porcentaje de adultos mayores se explica por el descenso sostenido que han experimentado la natalidad y la mortalidad. El descenso del número de nacimientos en la población provoca lo que se conoce como “envejecimiento por la base” de la pirámide, es decir, una paulatina reducción del tamaño de las nuevas generaciones de niños y niñas. Por otro lado, en regímenes demográficos con bajas tasas de mortalidad –como el que se presenta en Uruguay desde hace varios años las ganancias obtenidas en materia de esperanza de vida generan un “envejecimiento por la cúspide”: un número cada vez mayor de personas que logra sobrevivir hasta edades avanzadas. Por lo tanto, el descenso observado en el número de hijos que tienen las parejas y el aumento del promedio de años de vida de los individuos dan como resultado poblaciones cuyos integrantes se empiezan a concentrar cada vez más en los tramos de edad asociados a la vejez. A ello puede agregarse el efecto “envejecedor” que produce la migración en las sociedades de origen, en la medida que los migrantes que parten hacia otras tierras suelen ser jóvenes o adultos en edad activa. De estos tres componentes de la dinámica demográfica, se ha constatado que el principal factor explicativo del cambio en la estructura por edades es el descenso de la natalidad.

Una particularidad del envejecimiento poblacional en Uruguay es que se viene desarrollando a un ritmo lento, si se lo compara con la velocidad en la que están cambiando las estructuras etarias de los países de América Latina. Uruguay experimentó una transición demográfica precoz dentro del contexto regional, en la que los niveles de fecundidad y mortalidad comenzaron a descender desde fines del siglo XIX. En países como Brasil o México, donde la fecundidad se ha reducido intensamente en los últimos treinta años, llegando incluso a niveles similares o más bajos que los observados actualmente en Uruguay, el envejecimiento avanza rápidamente. De acuerdo a las proyecciones de población realizadas por CELADE(2), dentro de cuarenta años la proporción de adultos mayores en estos dos países superará a la de Uruguay.

El envejecimiento es un proceso irreversible en el que se encuentran inmersos prácticamente todos los países del mundo. No hay indicio alguno de que las tendencias en materia de fecundidad y mortalidad vayan a revertirse –mucho menos alcanzar los niveles observados cincuenta años atrás. Por ello, salvo que ocurra un acontecimiento totalmente inesperado como un baby boom, una llegada masiva de jóvenes extranjeros, una catástrofe natural o una epidemia fuertemente concentrada entre los adultos mayores, Uruguay seguirá transitando hacia una población con una creciente participación de las personas de 65 o más años en su composición etaria. En contrapartida, el peso relativo de los niños y adolescentes se irá reduciendo con el paso del tiempo. De acuerdo a la información censal, el porcentaje de personas entre 0 y 14 años en la población pasó del 28,2% en 1963 al 21,8% en 2011 y se estima que la población mayor de 64 años superará a la de 0-14 años para el año 2040.

Otro aspecto que vale la pena destacar de los datos de Uruguay es el aumento del porcentaje de personas de 85 o más años entre los adultos mayores. Mientras que en 1963 representaban el 6,4% de las personas de 65 o más años, en 2011 alcanzaron el 12%. Este sobreenvejecimiento de la estructura de la población va acompañado de una creciente feminización de la vejez. Las mujeres, gracias a que viven más que los hombres, son seis de cada diez entre los mayores de 64 años y siete de cada diez entre los mayores de 84 años. Por lo tanto, las futuras ganancias en materia de esperanza de vida traerán consigo un significativo crecimiento de los denominados oldest-old (personas de 85 o más años) y de las mujeres entre los adultos mayores.

Las diferencias entre hombres y mujeres no se circunscriben únicamente a la cantidad promedio de años que unos y otras pueden vivir. También se manifiestan en el ámbito de las relaciones de pareja y los arreglos de convivencia en la vejez, entre otros aspectos. Según los datos del censo 2011, al superar los 64 años el 68,6% de los hombres convive con su pareja en el hogar; entre las mujeres este porcentaje se reduce a la mitad (33,4%). Las diferencias entre hombres y mujeres se amplían aun más si nos enfocamos en las personas de 85 o más años: 55,2% y 8,9%, respectivamente. Estas diferencias están asociadas a la composición de los hogares en la vejez: la mayoría de las mujeres de 65 o más se ubica en hogares unipersonales (31,9%), mientras que los hombres lo hacen en hogares de pareja sin hijos (43,1%). Por lo tanto, se puede afirmar que –a diferencia de los hombres- las mujeres tienen una mayor probabilidad de transitar “solas” por la vejez.

  En consecuencia, el análisis de la situación de los adultos mayores requiere necesariamente un enfoque de género. También precisa cada vez más de una mirada generacional y del estudio de las trayectorias individuales. Más que ninguna otra etapa de la vida, la vejez está pautada por los eventos que los individuos experimentaron a lo largo de su vida, y las características que presentan los adultos mayores en un momento de su existencia responden en buena medida a la experiencia vivida por los sobrevivientes de las cohortes de individuos que nacieron hace más de 64 años.

  Los datos del censo 2011 nos muestran cómo a partir de los 65 años el porcentaje de personas que tienen dificultades severas para ver, oír y caminar se incrementa de manera exponencial. El 14% de la población de 85 o más años presenta discapacidad visual, 12% discapacidad auditiva y 24% problemas graves para desplazarse. Estos datos nos indican que, más allá de la generación considerada, la vejez es una etapa en que las funciones vitales empiezan a verse deterioradas por el desgaste que experimenta el cuerpo con el paso de los años. Los niveles de inactividad económica también son altos en esta población, debido a que las personas se encuentran en las edades de retiro laboral. Según el censo, casi 80% de las personas de 65 o más años son jubilados o pensionistas.

  El avance del envejecimiento demográfico plantea una serie de interrogantes para los tiempos venideros: ¿cómo será vivir en una sociedad con más viejos que niños?, ¿y con más personas inactivas que activas?, ¿quién se hará cargo de trabajar y generar ingresos?, ¿y de cuidar a los ancianos? El concepto de envejecimiento viene acompañado generalmente de la idea de una mayor “carga” para las familias (que deberán atender las crecientes demandas de cuidados de sus integrantes mayores), la comunidad (que verá proliferar la ocupación de espacios públicos por parte de los ancianos) y el Estado (que tendrá que sostener los altos costos del sistema de salud pública y hacer frente a los problemas que trae aparejada la disminución de la razón activos-inactivos en el sistema de seguridad social). Basta imaginar el futuro con un número creciente de inactivos y dependientes para que la noción de “carga” aparezca rápidamente ligada a la de envejecimiento poblacional. Pero tal vez también sea el producto del excesivo énfasis que hemos hecho en esa arista del fenómeno, olvidando otras igualmente importantes. Siguiendo al demógrafo español Julio Pérez Díaz, la “madurez demográfica” que han alcanzado las poblaciones está dada por la generalización de la supervivencia de los individuos hasta edades adultas, lo que abre la posibilidad de que un mayor número de personas disponga de tiempo suficiente para llevar a cabo sus proyectos individuales y familiares(3). La prolongación de la duración de la vida permite como nunca antes en la historia que los individuos se formen, trabajen y realicen su aporte a la sociedad.

  Nadie pone en duda que estamos frente a un cambio sin precedentes en la historia de la humanidad y que ello puede incidir en la aparición de incomodidades y temores. En Uruguay corremos con la ventaja de venir transcurriendo lentamente por este proceso, lo que nos da tiempo suficiente para llegar bien preparados a una sociedad donde existirán crecientes demandas por parte de los adultos mayores. Tenemos como desventaja el hecho de estar procesando el cambio demográfico en un contexto de carencias en materia económica e importantes desigualdades en los desempeños sociales de la población. Desde un enfoque generacional, atender los desafíos del envejecimiento es también atender los problemas que enfrentan niños y jóvenes. Apostar a la equidad, la educación, la solidaridad y la convivencia en el Uruguay de hoy día es pensar también en políticas para mitigar los posibles efectos negativos que traerá consigo la profundización del envejecimiento en nuestro país.

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