Envejecimiento demográfico: sentidos, creencias y estereotipos viejistas


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Fotomontaje. Lorena Franco, Artista Visual – Córdoba, Argentina.

Lo que hoy os presento es un regalo, muy emocionante para mí, que nos hace Natalia Franco, una profesora de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. A lo largo de su Doctorado en Ciencias sociales (UNVM), que cursa con beca doctoral de CONICET, ha tenido como profesora a Sol Minoldo y se ha interesado por la demografía. El texto que nos envía está plagado de referencias a ideas y posicionamientos que vengo defendiendo hace muchos años, de ahí mi emoción y mi agradecimiento. Espero que os interese, y que le hagáis todos los comentarios y preguntas que sin duda os va a sugerir. Y también os recuerdo que ApdD está abierto a vuestras aportaciones sobre población y demografía.


Envejecimiento demográfico: sentidos, creencias y estereotipos viejistas

por Natalia Franco*

Desde hace décadas se produce una transformación de la estructura por edades de las poblaciones, en la que se incrementa la participación relativa de personas mayores, mientras se achica la base de la “pirámide”. Este proceso, que se suele denominar “envejecimiento de las poblaciones”, se ha hecho un lugar en la agenda económica, social, política y hasta incluso mediática. Desde la propia denominación, el fenómeno ya es asociado con valoraciones negativas y predicciones catastróficas, y suele ser acompañado por estereotipos edadistas sobre las personas mayores.

En términos de Pérez Díaz y Abellán García (2018) la “desafortunada” expresión hace uso de una falsa analogía, de tipo organicista, entre poblaciones y seres vivos. Sin embargo, las poblaciones no “envejecen” ni mueren. Por eso, un cambio en la estructura por edades no implica que puedan aplicarse a una población las valoraciones, frecuentemente estereotipadas, sobre la vejez. Tal como sostiene Pérez Díaz (2018) se trata de una expresión que “califica de pernicioso el cambio poblacional antes de empezar a entender siquiera sus causas y efectos” (p. 169).

El tratamiento mediático del “envejecimiento de las poblaciones” suele estar impregnado de falacias y estereotipos viejistas, acompañado por expresiones que pregonan la “crisis demográfica” cual anunciación de apocalipsis. En general, se basan en supuestos que surgen de interpretaciones parciales, realizadas con datos incompletos o fragmentados. Es por eso que resulta tan necesario un abordaje con perspectiva integral del proceso demográfico actual, que considere tanto los factores demográficos como los extra demográficos, y que incluso podría incorporar una mirada interseccional que incluya perspectivas de género, antiedadista y antirracista -por nombrar algunas-.

Si los discursos, como formas de nombrar el mundo, crean y cristalizan sentidos, los reproducidos en torno al envejecimiento poblacional terminan limitando la realidad que habitamos y condicionando incluso decisiones políticas. Por ello, propongo a continuación un recorrido por algunos tópicos del tema, a partir de un par de artículos periodísticos.

¿Debacle productiva? El equívoco de contar el impacto sobre la cantidad de productores, pero no sobre su productividad.

El diario español El Economista publicó en 2021 una nota denominada “El desafío demográfico de España: en 2050 habrá dos jubilados por cada tres trabajadores en activo”. Sólo el encabezado ya permite reconocer el posicionamiento catastrófico sobre el envejecimiento poblacional. Va acompañado por una imagen en la que se observan manos con arrugas y un bastón, una imagen estereotipada y reduccionista que tiende a asociar la vejez con una existencia pasiva e “improductiva”. En su desarrollo, la nota se centra en el aumento de la tasa de dependencia, la alta esperanza de vida, la baja natalidad y el efecto “temporal” del flujo de los “baby boomers” en España. Sostiene que el envejecimiento poblacional afectará negativamente la economía, a la vez que enfatiza en el aumento de gastos en pensiones cada vez menos sostenibles, así como en el aumento de gastos en sanidad y cuidados de larga duración.

Con relación a esto, Mason y Lee (2011) señalan que las modificaciones en la estructura de edades de la población efectivamente influyen en la economía debido a que “el comportamiento económico de los individuos evoluciona a lo largo de su vida” (p. 13). Así, la estructura por edades puede incidir sobre la proporción de personas que se encuentran estudiando, trabajando o jubiladas. Sin embargo, esto no conduce linealmente a conclusiones pesimistas sobre las transformaciones actuales. Mason y Lee (2011) sostienen que en los cambios surgen oportunidades. Por ejemplo, dado que los países con baja fecundidad tienden a tener también un consumo más elevado por cada hijo/a, la menor cantidad de trabajadores de las futuras cohortes tendrá como contracara su mayor inversión en capital humano. Por ello los especialistas consideran que, al momento de analizar la relación entre envejecimiento demográfico y crecimiento económico, “lo importante no es tanto el número de trabajadores como lo que pueden producir, y eso depende también de su productividad” (Mason y Lee, 2011, p. 26).

Otra cuestión que urge tener en cuenta es que los cambios demográficos no se producen en contextos aislados y abstractos, sino que interactúan también con la manera en que las poblaciones producen su riqueza (Minoldo, 2018). En tal sentido, las personas mayores son las que, durante sus trayectorias de vida, contribuyen a generar esas condiciones que hoy hacen más productivos a los trabajadores actuales: con su trabajo, con lo que invierten en el cuidado y en la formación de las generaciones que les suceden en el ámbito laboral.

La relación de dependencia y los (sesgados) pronósticos sobre el futuro de las pensiones y la economía

En otro artículo publicado por El Economista en 2019, llamado “El envejecimiento de la población española acerca el colapso de las pensiones” -también acompañado por una imagen reduccionista de las vejeces-, su autor Gonzalo Velarde sostiene que “el principal efecto que ataca a la sostenibilidad de las cuentas del Sistema (de pensiones) es la progresiva pérdida de población en edad de trabajar, unido a un avance del número de pensionistas dependientes económicamente del Estado”. En consecuencia, según Velarde, “el envejecimiento de la sociedad española y de la mayoría de potencias desarrolladas supone en sí mismo una espada de Damocles para los sistemas de Seguridad Social de estas regiones”.

Sobre esta cuestión, Castro Martín (2018) advierte el contrasentido de atribuir a la demografía la responsabilidad de poner en riesgo la solvencia de las pensiones: en el contexto actual, la estructura demográfica presenta un alto porcentaje de población en las edades potenciales activas, pero lo que se pasa por alto es el rol y los problemas del mercado laboral, que no puede dar respuesta al capital humano disponible. El mercado laboral se tiñe de precarización con un creciente desempleo y subempleo, trabajos temporales y falsos autónomos. En la misma línea, Minoldo (2018) apunta que el indicador de dependencia no permite (a diferencia del indicador de dependencia formal) “reconocer el papel de la actividad económica, el desempleo y la informalidad en los problemas de financiación de la Seguridad Social y, en consecuencia, la responsabilidad de factores extra demográficos en las dificultades del sostenimiento de los sistemas previsionales” (p. 176). Por ello, la autora señala como inadecuado el uso de dicho indicador para respaldar la inminencia de problemas de sostenibilidad en las pensiones, sin tener en cuenta “los mecanismos institucionales de transferencias de ingresos intra e inter edades” (Minoldo, 2018 p. 175).

Por otra parte, la idea de las personas mayores como exclusivamente dependientes, como si no aportaran a la producción de riqueza, también es imprecisa. MacInnes y Peréz Díaz (2008) señalan que las personas mayores poseen y hacen uso de recursos propios, además de aportar una cantidad creciente de trabajo reproductivo -y productivo- (como el cuidados de nietos y de hogares).[1] Ese aporte, junto con la reducción de fecundidad, se relaciona fuertemente con la incorporación de la mujer en el ámbito laboral, que contrarresta en los hechos parte del supuesto deterioro de la relación de dependencia efectiva (algo que, sin embargo, el indicador demográfico no refleja).

Perez Díaz (2018) señala otra contradicción que suele pasarse por alto: los discursos y actitudes alarmantes, que piensan a las vejeces como una carga para los sistemas económicos, coexisten con los que ven la posibilidad de que las poblaciones mayores se conviertan en un sector comercial y económico rentable, es decir, en una fuente de negocios.

La respuesta natalista

Ante el “problema” del envejecimiento emerge como respuesta, desde algunos sectores, la necesidad de promover la natalidad. Los dos artículos analizados enfatizan la preocupación por el descenso de nacimientos. En el suyo, Gonzalo Velarde cierra insistiendo en la “necesidad de relanzar las tasas de natalidad” como modo de responder a los retos para el sistema previsional. En definitiva, la idea implícita es que necesitamos revertir el envejecimiento. En oposición a estas posturas, Castro Martín (2018) invita a pensar en las posibles ventajas de la baja fecundidad, como por ejemplo la mayor disponibilidad de recursos públicos para las infancias, que podrían mejorar sus oportunidades de acceso a derechos (educación, salud, vivienda).

Algunas naciones insisten en planes de natalidad dirigidos a mujeres. Su objetivo es alcanzar la “tasa de reemplazo” (2,1 hijos/as por mujer), considerada la cantidad de hijos que cada mujer debería tener en promedio para garantizar la reproducción equilibrada de la población y prevenir el “hundimiento demográfico”. Frente al hecho de que algunos países europeos tengan tasas de fecundidad por debajo de ese nivel, los sectores conservadores responsabilizan a los feminismos, el acceso al aborto, la ocupación del ámbito público por parte de la mujer, e incluso al “egoísmo” de los y las jóvenes que priorizan otros proyectos e intereses diferentes a la maternidad y paternidad. Sin embargo, tal como sostiene Minoldo y Peréz Díaz (2019), mantenerse aferrados a “la tasa de reemplazo modelo” genera interpretaciones erróneas, dado que es un cifra que se calcula en función de un población hipotética y con variables estables, y por tanto no se aplica a la realidad como una receta (Minoldo y Peréz Díaz 2019). Por otra parte, los autores sugieren que la insistencia en políticas de natalidad tiene que ver, en muchas ocasiones, con la preocupación por la “fecundidad diferencial”. Si el problema fuera exclusivamente una falta de personas en ciertas edades, se podría pensar en soluciones centradas en políticas que reduzcan las restricciones a la inmigración. Sin embargo, los discursos natalistas entrañan frecuentemente el interés por la reproducción de personas consideradas “mejores” según los patrones de determinados grupos de poder, lo cual no es otra cosa que una práctica xenófoba y racista.

Abrir paso a los cambios. De ver amenazas a encontrar oportunidades

Tal como sostiene Castro Martín (2018), en la era de la posverdad se otorga mayor importancia a las percepciones y emociones que a la objetividad de los datos. Es por eso que resulta imprescindible evitar, al  comunicar y analizar la situación demográfica actual, miradas que apelen a estereotipos y favorecer, en cambio, las que integran la multiplicidad de factores causales y alternativas intervinientes, así como la contextualidad de los procesos demográficos de cada región.

El pensamiento colectivo y las decisiones políticas deben sostenerse desde creencias libres de estereotipos. Por eso, es urgente reemplazar los discursos fatalistas y apocalípticos, centrados en cómo detener o revertir un proceso ineludible como el “envejecimiento demográfico”. Aceptemos que, como ante todo cambio, la flexibilidad y capacidad de adaptación de la organización social pueden convertir las transformaciones en oportunidades.

*Natalia Franco es Profesora y Licenciada en Psicología (Universidad Nacional de Córdoba), realizó una especialización en Psicología Clínica (UNC), una Diplomatura en Diversidad Sexual (UNC), una Diplomatura en Formación de Acompañantes Comunitarias/os Contra la Violencia de Género (UPC), se encuentra finalizando la maestría en Gerontología (UNC) y cursa el Doctorado en Ciencias sociales (UNVM) con beca doctoral de CONICET.

IMÁGEN: Fotomontaje. Lorena Franco, Artista Visual – Córdoba, Argentina.

[1] El Millenium Cohort Study del Reino Unido (citado por MacInnes y Peréz Díaz, 2008) encuentra que “aunque sólo uno de cada veinte niños nacidos en el año 2000 convive con alguna abuela o abuelo, son éstos quienes les cuidan en la mitad de los casos cuando la madre trabaja, y en tres cuartas partes cuando se ausenta en algún otro momento” (p. 105). Además, “aproximadamente un tercio de los adultos con hijos menores declaró recibir ayuda material de sus propios padres (préstamos, dinero o regalos, equipamiento doméstico, ayuda en el alojamiento, etc.), además de regalos o extras para el nieto” (p. 105).


Música en ApdD: 2 Become 1 – Spice Girls – Live FUNK remix ft. Rozzi

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6 comentarios en “Envejecimiento demográfico: sentidos, creencias y estereotipos viejistas”

  1. Hola Javier, en efecto, «no hay mas remedio» que pensar en la relación pensionista/trabajador si pensamos que el sistema de reparto, financiado por cotizaciones, debe ser mantenido a cualquier costo. En cambio, deja de ser algo sin remedio si nos animamos a pensar instituciones, y formas de financiamiento, fuera del modelo contributivo. Hay mucho más que dos alternativas!
    Las economías son más productivas y el PBI per cápita español no ha caído ni está previsto que caiga. No es que no haya riqueza, sino que el problema es cómo la distribuimos, y cómo la queremos distribuir.
    Si te interesa más del tema, te puedo compartir un trabajito en el que desarrolle estas ideas analizando algunos datos.
    Saludos!

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    1. Me parece muy bien Sol Minoldo. Te facilitaría mi correo electrónico pero no quiero publicarlo aquí. No sé si hay forma de hacerlo por privado. Muchas gracias.

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  2. Buenos días. Partiendo de la base de que una cosa es el respeto debido a las personas mayores (y a cualquier persona en general) y otra la cuestión económica que no se puede obviar. En un sistema de pensión pública basada en el reparto como el que tenemos en España no hay más remedio que pensar en la relación pensionista /trabajador. Es cierto que eso no es tan simple y que luego influyen también los que realmente están trabajando y cotizando pero al fin y al cabo hablamos de la relación básica. Luego están las políticas demagógicas como subir las pensiones lo mismo que el ipc cuando no es lo mismo un ipc del 1 o 2% que de un 10% (como tampoco es lo mismo subir un 10% a una pensión de 600 € que a una de 2.000) eliminando la relación anterior con el factor de sostenibilidad. En definitiva solo hay dos alternativas, o trabajamos casi hasta que nos muramos o habrá que favorecer la natalidad mediante medidas que faciliten trabajo estable a la población jóven y una mayor facilidad de esta en el acceso a la vivienda mediante parques de vivienda pública por ejemplo y otras medidas que abaraten en prohibitivo coste de esta. Y que conste que no entrado a valorar los factores sociales del envejecimiento porque si no se me alargaría demasiado el comentario.

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    1. Imagínate que vives en una comunidad de jipis (muy trabajadores y creyentes en la tecnología).

      Supongamos que es 1990 y la comunidad se compone por 20 adultos con 10 hijos y 10 personas mayores.

      Los 20 adultos trabajan 8 horas de lunes a viernes y producen todo lo necesario para las 40 personas y para reinvertir e ir modernizando sus medios de producción.

      Para el ejercicio a imaginar que lo que producen entre todos equivale a 100 mil euros al mes. Es decir, cada trabajador produce en promedio el equivalente de 5 mil euros. De allí, 2 mil se destinan al consumo de cada miembro de la comunidad y 20 mil al funcionamiento de la producción.

      Ahora ya estamos en 2020. Los 20 que eran adultos ahora son mayores y 5 de los que ya eran mayores siguen viviendo (los otros 5 han fallecido). Es decir, hay 25 mayores en la comunidad. Los 10 que en 1990 eran niños ahora son adultos y trabajan, y tienen 5 hijos.

      En 2020 tienes solo 10 personas trabajando pero la demanda global no ha cambiado. Para que cada persona siga consumiendo 2 mil y queden 20 mil para reinvertir, no debería haber problemas, Verdad?

      Bueno, imagina que desde 1990 a 2020 la generación que trabajaba fue comprando maquinarias y ahora cada trabajador es más productivo. Así que aunque solo trabajan 10, la producción mensual sigue siendo de 100 mil euros.

      En este ejemplo no hay un problema de escasez de producción que afecte el consumo por persona, ni comprometa la reinversión para seguir mejorando los medios productivos.

      ¿Qué es lo que sí ha cambiado? Si en 1990 se destinaba el 40% de la producción a personas que no trabajaban (entre mayores y niños), en 2020 el porcentaje ha crecido a 60%. Eso no ha supuesto más tiempo de trabajo a quienes están en labores, ni menos consumo para nadie, pero es un porcentaje mayor.

      Cuando tienes sistemas contributivos, destinas un porcentaje de lo producido a las pensiones. (porque es un % del salario, y los salarios son un % de la producción total). Si necesitas destinar 60% a distribución pública, al recaudar el mismo porcentaje que antes (40%) no te alcanzará. El problema no es que haya escasez, que 60% sea mucho o sobre gente. El único problema es que los mecanismos distributivos han quedado obsoletos.

      Imagina que todo lo recién comentado es solo una metáfora, muy simplificada, de la sociedad española. Si miras cuánto produce por persona, y ese monto no ha caído (de hecho ha crecido) ¿por qué asumir que tenemos un problema y necesitamos producir más (trabajar mas tiempo o más años)?

      Pareciera que nadie advierte que una modificación de la distribución entre edades podría terminar con el problema de las cuentas de la seguridad social. Que el problema no puede ser definido como económico cuando podemos producir tanto como antes o más por cada persona que está en nuestra comunidad.

      No hay nada sagrado que pueda romperse en poner en cuestión el sistema con el que financiamos la seguridad social. Y tiene mucho sentido pensar que vamos a necesitar cambiar algunas en la medida en que tengamos una sociedad diferente, con una estructura de edades muy distinta de aquella en la que se diseño la seguridad social. Pero también con un sistema económico mucho más productivo! No es solo que quienes son hoy mayores han contribuido a esa mayor eficiencia de la economía, que se basa en el trabajo de generaciones que nos preceden. Es que a todos nos conviene diseñar sociedades que no discrimine ciertas edades: de qué sirve ver como una desventaja que hoy le demos mas a los mayores si eso te evitará a ti también una vejez en la pobreza?

      Algo más o menos en esa línea es lo que, con datos, explico en este trabajo: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6776073

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      1. Muchas gracias. Muy amable de tu parte. Leeré con detenimiento tu comentario y tu publicación y, en su caso, comentaré algo al respecto.

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