Resumen del libro: Fatal Misconception. The Struggle to Control World Population


Mi amigo Ignacio Pardo, profesor en Montevideo, se ha entusiasmado con la lectura de este excelente libro de M. Connelly, sobre el que habíamos hablado alguna vez en tertulia o por teléfono. Tanto que se ha decidido a redactar para este blog su propio resumen y comentario. Así que, a un buen libro, añadimos la síntesis de alguien que se dedica a la docencia en materia demográfica y es por mérito propio un buen didacta, redactor y docente. El libro lo merece. Resume y documenta una historia amplia, la del nacimiento y extensión de las políticas de control del crecimiento demográfico mundial, y lo hace criticando las posturas «oficiales» en los organismos internacionales, pero rechazando también el agresivo revisionismo antiabortista, cada vez más influyente en la historiografía reciente. (Ignacio, gracias mil por este estupendo regalo)

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El control poblacional y el diseño de las familias (ajenas)

Por Ignacio Pardo

Síntesis y comentario de
Matthew Connelly (2008) Fatal Misconception. The Struggle to Control World Population. Harvard University Press

Al comenzar el siglo XX, la población humana era de 1500 millones. Cuando culminaba, el 12 de octubre de 1999, nacía en Sarajevo Adnan Nevic, el habitante 6000 mil millones del planeta. En el transcurso de ese siglo, en el que la humanidad mejoró su expectativa de vida en más del doble, el inédito crecimiento poblacional produjo consecuencias innumerables. Una de ellas, los intentos por controlar el ritmo y las características de la población, por primera vez implementados a escala mundial.

La idea de controlar la población tiene muchos siglos (Connelly acierta al interpretar el eugenésico orden social de la República de Platón como un proto-intento de política poblacional), pero la posibilidad de controlar la población del mundo entero es un producto histórico del intenso siglo XX. Nuestra capacidad de combatir enfermedades, controlar la reproducción y regular la migración hacían posible que como nunca en la historia humana el número y la forma de la población humana fuese objeto de nuestras propias decisiones. ¿Nuestras? La dimensión política de estos intentos (¿quién se sienta a la mesa de los decisores y quién es objetivo de las políticas diseñadas?) es el tema central de “Fatal Misconception. The Struggle to Control World Population”, una obra del historiador de Columbia (EEUU) Matthew Connelly, destacadísima obra sobre el tema [1].

Como lector, solo cabe asombrarse. Qué fascinante es leer un libro de un historiador con un abanico tan amplio de capacidades expositivas y analíticas. El rigor en términos de consistencia interna del discurso se une a una erudición desbordante, que demuestra conocer los debates demográficos tanto como haber investigado exhaustivamentelos documentos y relatos generados a medida que se ideaba y desarrollaba la idea de control poblacional.

Hay joyas que pueden interesar incluso a los lectores alejados de la demografía, como los debates de la célebre militante del control de la natalidad Margaret Sanger con el Mahatma Gandhi, que había condenado la anticoncepción como un mal de la modernidad (y con Indira Gandhi luego). O la mención a la película de 1967 “Family Planning”, encargada a Disney por el Population Council y traducida a 24 idiomas: de la mano del Pato Donald, presentaba a las familias planificadas como pequeñas, hermosas, atléticas y rodeadas de bienes de consumo, con el contraste de familias no planeadas que resultaban sucias, poco saludables, violentas… y feas.

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La historia está ordenada cronológicamente y comienza a fines del s.XIX, cuando el eugenismo era una corriente respetable y las predicciones de Malthus comenzaban a retomarse. Desde allí hasta las primeras décadas del s. XX, cuando militantes como Margaret Sanger, Marie Stopes (Reino Unido) o Shidzue Ishimoto (Japón) comenzaron a promover el control de la natalidad, la anticoncepción intentó establecerse como un derecho individual y una cuestión de “responsabilidad social” al mismo tiempo. Ambas miradas, sin embargo, divergen: durante las décadas centrales del siglo la voluntad de controlar el crecimiento poblacional sería más fuerte. El movimiento tuvo apoyo de figuras como HG Wells (“Cuando se escriba la historia de nuestra civilización será una historia biológica y Margaret Sanger será la heroína. Su importancia sobrepasa la de Alejandro Magno y Napoleón”) y Julian Huxley (hermano de Aldous y primer director UNESCO, quien pensaba que Sanger había modificado la estructura social de la humanidad como nadie). El premio Nobel francés Charles Richet alertaba en la década de 1920 que “siempre habrán humanos suficientes en la faz de la tierra. En el futuro cercano habrá que temerle a su plétora y no a su escasez”. Pero el International Eugenics Congress de 1921 iba más allá: “percibimos que la cuestión importante será: ¿qué tipo de personas habrá, que heredarán la Tierra?”. Términos como el “peligro amarillo” se manejaban sin ambages.

El cuarto capítulo del libro, “The birth of the Thitrd World” es un relato de gran utliidad acerca del mundo que emergió luego de la Segunda Guerra Mundial (que, dicho sea de paso, no había detenido el crecimiento poblacional, aunque muchas veces se había hablado de la guerra como la continuación del control poblacional por otros medios). Pero es entre los ’50 y los ’70 cuando se configura un establishment poblacional, que con el tiempo generaría lo que Connelly llama un “sistema sin cerebro”. Una red de filántropos, investigadores, asociaciones internacionales, agencias gubernamentales y voluntarios en la que las buenas intenciones y las esterilizaciones forzosas convivían bajo un mismo impulso de escala global.

Esa es la historia contada por Connelly. De todos modos, no deja de ser una historia con matices, donde se nombra el trabajo de la sueca Elise Ottense-Jensen y la Swedish Association for Sex Education que tuvo más de cien mil miembros y se abocó a difundir el control de la natalidad, desde las primeras décadas del siglo, como forma de liberar a las personas (especialmente a las mujeres) y de mejorar su salud emocional y física; no como herramienta de control poblacional ni como estrategia para salvar la civilización occidental de la multiplicación de las razas “peligrosas”.

En los ’60, la red de instituciones que lideraron este movimiento tuvieron su período de mayor fortaleza, con el control poblacional como bandera explícita y las motivaciones eugenésicas como impulso esporádico o subterráneo. Connelly habla de “crypto-eugenics”. Es decir, una perspectiva eugenista que no se presenta explícitamente como tal, ante la identificación del eugenismo con el racismo y la pseudociencia post Alemania nazi, sino que surge como caballo de troya dentro de perspectivas más “aceptables”.

Una institución tan importante hoy como el Population Council decía en su primer manifiesto de intenciones, que se trataba de crear las condiciones para que “los padres que están arriba de la media en inteligencia, calidad de la personalidad y afecto tiendan a tener familias más grandes que el promedio”. A propósito, el propio Population Council surge de una reunión de científicos patrocinada por John D. Rockefeller III en 1952. El interés por financiar programas de control de la natalidad comenzaría inmediatamente con un plan piloto en Khanna, India, financiado por la Rockefeller Foundation, que repartió información y anticonceptivos a un grupo de mujeres, contando con un grupo de control. Finalizado el estudio, quienes recibieron el programa mostraban una tasa de fecundidad mayor a los que no. Una de las lecciones a aprender (que es necesario contar con el interés y la motivación de los interesados en bajar su propio número de hijos) no se aprendería hasta mucho tiempo después. Las consecuencias son tangibles y dramáticas. En países como India o Bangladesh, el presupuesto dedicado a la planificación familiar fue durante años una parte muy importante del presupuesto total de salud, lo que implica que ciertas urgencias sanitarias fueron postergadas en pos de los mandatos de control poblacional.

El popular “The population bomb” (1968) del entomólogo Paul Erlich [2], tiene su lugar, por cierto, en “Fatal Misconception”. Erlich logró impactar al público al partir de una experiencia personal: su viaje a la India en 1966, donde convivió con grandes multitudes. Como bien recoge Connelly, Erlich podría haber encontrado mayores multitudes en la Nueva York o Londres de esos años; el impacto que el autor quiso transmitir fue más bien por la “calidad” (la raza y la pobreza de la población). En cualquier caso, el libro no hizo más que intensificar el movimiento de control poblacional, ya establecido y con capacidad de interlocución potenciada, sea ante gobiernos como ante organismos internacionales y organizaciones locales.

“Fatal Misconception”, entonces, sigue de cerca la suerte del movimiento de control poblacional, hasta sus tropezones en los ’70 y ’80, cuando los gobiernos comienzan a contrarrestar los argumentos y las prácticas del control de natalidad. India y China tendrían sus políticas al respecto, en el caso de China más draconianas que las preconizadas por el movimiento global de control poblacional, pero el control de los nacimientos ya no sería de recibo como objetivo de “la humanidad”. La Conferencia de El Cairo en 1994 fue el golpe de gracia para los intentos controlistas.

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Connelly no asume una postura conspiranoica respecto al movimiento de control poblacional: simplemente describe los engranajes de las decisiones, los detalles de la implementación y la importancia del contexto en relación al sinfín de medidas ejecutadas para lograr detener el crecimiento de la población. Se trata más bien de una “fábula de advertencia” hacia el futuro.

Es un libro sobre la historia de una idea, su genealogía, desarrollo y muerte. La idea de diseñar la población humana a través del control de la reproducción. Es un libro de sociología de la ciencia, de historia de la ciencia, y de la conexión entre conocimiento y poder, que bien podría ser parte de la agenda de investigación del Programa Fuerte de Sociología de la Ciencia de Edimburgo. Es un libro sobre el Club de Roma, la Fundación Ford, Rockefeller, las universidades, los medios de comunicación y los gobiernos. Y la financiación de los discursos científicos. Y en gran medida es un libro acerca del déficit democrático (por decir poco) de la llamada “comunidad internacional”.

También es un libro de demografía en el sentido más útil. No de la demografía de los stocks y los modelos formales (benditos sean) sino del enraizamiento de las ideas sobre la población en las estructuras políticas y conceptuales realmente existentes; y de la creación y uso de la población como concepto en sí mismo. Connelly vincula este movimiento con las mutaciones del impulso imperial: ya que no es posible controlar el territorio, controlemos las poblaciones. También sobre la violación de derechos, sobre todo en países asiáticos [3], incorporando fotos y afiches de gran interés histórico.

Para quienes lean inglés, es además un libro formidablemente bien escrito. Es cierto, es difícil convencer a quien no esté previamente interesado por estos temas de acercarse a un libro de 521 páginas. Pero uno puede sorprenderse apasionado por una escena donde se vive algo tan poco tentador , en principio, como la redacción de un oscuro documento en las Naciones Unidas de la década del ’50.

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El cambio civilizatorio que trae consigo la reducción de la descendencia, que sin duda ha favorecido a la humanidad en multitud de dimensiones, no se produjo exclusiva ni principalmente por los programas de planificación familiar más agresivos. Hay evidencia robusta en favor de la siguiente idea, que se adecua al marco de derechos sexuales y reproductivas: ha sido la inversión en las personas y la emancipación de la mujer, con creciente acceso a opciones educativas y laborales (y a anticonceptivos modernos, por cierto) y no los programas de control poblacional lo que ha modificado profundamente la forma en que se reproduce la humanidad.

¿Todo esto implicará dar argumentos a los movimientos “pro-vida” o retrocesos similares? Nada más lejos. De hecho, son medidas como las esterilizaciones coercitivas las que hacen retroceder la agenda de derechos. Por cierto que el acceso a métodos modernos de anticoncepción es una conquista. Sucede, simplemente, que la idea diseccionada y criticada aquí (la del control poblacional) no es el centro del argumento, aunque lo parezca. De hecho, quizá pueda hacerse un libro similar acerca del pronatalismo que vemos renacer en estos años a causa de los diagnósticos de invierno demográfico. Lo relevante es otra oposición: por un lado, los proyectos según los cuales un puñado de expertos intentan diseñar las características de la población mundial, concibiendo los decisiones reproductivas como un medio para lograr cierto fin poblacional y, por otro, la mirada según la cual las aspiraciones reproductivas de las personas forman parte de sus derechos.

Se ha dicho que la posición de Connelly es exagerada. ¿Acaso no está poniendo el ojo en los “abusos” de la planificación familiar y no en su capacidad de distribuir métodos anticonceptivos a grandes poblaciones? Las buenas intenciones de la gran mayoría de quienes trabajaron en family planning no está puesta en duda. Pero la voluntad de colaborar con la humanidad puede convivir con el poco respeto por las personas. En el mejor de los casos, se llama paternalismo. En la evidencia recogida por el libro las señales de racismo aparecen con claridad (y hasta el día de hoy se pueden rastrear en argumentos basados en “el tipo equivocado de gente está teniendo la mayor cantidad de hijos”)

Como documenta el libro, la idea detrás de la implantación masiva de DIUs (que provocaron infertilidad e infecciones a gran escala) es que el mejor procedimiento es aquel que no necesita la anuencia y la capacidad de decidir de los interesados. De hecho, los testimonios recogidos por Connelly muestras que sus promotores deseaban que las mujeres con DIU no pudieran arrepentirse y que “se olvidaran de que el DIU está ahí, preguntándose por qué será que no conciben”. Entre otros datos impactantes, sabemos que en la India de los ’70, la esterilización fue condición para recibir tierras, agua para riego, electricidad y hasta cuidados médicos.

En cualquier caso, haber controlado la intensidad y el calendario de la propia fecundidad ha habilitado a las mujeres a desarrollar proyectos personales tal como sería deseable desde un marco de derechos; he aquí un buen punto argumentativo de quienes defiendo lo actuado desde el movimiento de control poblacional [4]. Lo que se plantea en el libro, de forma por demás plausible, es que si consideramos la capacidad humana de procrear como un medio para lograr ciertos fines y no como un derecho a ejercer en libertad, no tardarán en regresar las medidas coercitivas.

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Todo esto es del máximo interés, aunque los propios temas sean distintos, ante el escenario post Conferencia de El Cairo (1994). El Cairo fue reflejo y cima de los esfuerzos por derrotar la perspectiva del control poblacional. La mirada triunfante, basada en los derechos sexuales y reproductivos, dio forma a programas masivos y al cambio de orientación de políticas en Bangladesh, India e incluso China. Pero la discusión prosigue. Así, hay dos formas de leer este libro. Una, como un libro de historia que se centra en los “excesos” del movimiento de control poblacional, corregidos en la actualidad por quienes fomentan la planificación familiar. Otra, como un reflejo de los intentos de diseñar la población mundial. Esa lectura, más útil, permite ver al libro como una gran nota al pie de todas las discusiones sobre la agenda post-Cairo. En un momento en el que la discusión acerca de la propia existencia de tal agenda está en cuestión (con el escenario más que probable de no intentar mejorar el programa de acción de El Cairo por miedo a que el producto final sea más conservador… ¡que lo aprobado en 1994!).

Además, el neomaltusianismo ha vuelto de la mano de la preocupación por la sostenibilidad del planeta en cuanto al uso de sus recursos naturales y los fenómenos emergentes, como el cambio climático. Esta perspectiva acaso olvida que el uso abusivo de los recursos naturales se debe en mayor medida a los patrones de consumo y las tecnologías disponibles que a los nacimientos (mucho menos a los nacimientos en aquellos países que casi no generan emisiones de CO2, por ejemplo) [5]. De hecho, los patrones de consumo de los países donde se diseñan las políticas colaboran mucho más con la inviabilidad del planeta que los futuros hijos de quienes son objetivo de tales programas.

Mientras avanza nuestro conocimiento sobre la forma en que la dinámica poblacional afecta los recursos disponibles y sobre aspectos más inasibles pero igual de importantes, como los significados sociales de la maternidad y paternidad, el marco desde donde pensar los objetivos globales de la población mundial no es una cuestión académica sino política: la igualdad entre las personas, para que puedan decidir sobre sus vidas liberados de la necesidad y las carencias, así como de las imposiciones.


[1] Es difícil no enlazar este libro con el de Betsy Hartman, “Reproductive Rights and Wrongs: The Global Politics of Population Control”, con el que comparte preocupaciones similares. Y con “One Child. Science and Policy in Deng’s China”, de la antropóloga Susan Greenhalgh, un intento igualmente interesante de hurgar en el origen de la política del hijo único en China desde la construcción conceptual y política de las élites, en ese caso, chinas. Pero la intensidad y la amplitud de los intereses de Connelly convierten a este libro en una referencia fundamental para comprender los intentos de control poblacional.

[2] Erlich dijo en 2009 a El País de Madrid: “Tener más de dos hijos es egoísta e irresponsable”. Y más: “El mundo tendría que tener la cantidad de habitantes que tenía cuando yo nací: dos mil millones”.

[3] Se ha comenzado a producir sobre el caso del control poblacional en América Latina.

[4] Poco antes de morir, Frank Notestein (propulsor de la noción de transición demográfica, presidente del Population Council primer director de la Population Division de Naciones Unidas durante esos años) dijo: “I don’t think we did so damn bad”.

[5] Dice Connelly: “Después de todo, si los asiáticos tienen 2,1 hijos, pero también aire acondicionado y autos, tendrán un impacto más grande en el ecosistema global que mil millones más de granjeros de subsistencia. A lo largo del siglo XX, se le prometió a los pobres que tendrían más cosas si tenían menos hijos. Todos los pósteres, carteles y películas mostraban familias planificadas, rodeadas de consumo conspicuo, al punto que hasta a los nigerianos se les mostraba un hogar suburbano con auto en el garaje. Y si promover la familia nuclear tanto como los modos de vida alternativos redujo la tasa de crecimiento poblacional, también incrementó el número de hogares en los que vive la gente, cuyo número crece hoy a casi el doble del ritmo del crecimiento poblacional. Cuando la gente pasa de hogares multigeneracionales a vivir de a uno o de a dos, tiende a consumir más cantidad de todo per cápita, sea gasolina, agua o espacios abiertos“

Ignacio Pardo

Profesor del Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Uruguay)
Doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid
Ficha académica en la web de su Facultad

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