El giro natalista de Irán


Ideólogos como Paul Ehrlich llevan décadas asimilando el rápido crecimiento demográfico del mundo menos desarrollado con el peligro de una guerra nuclear, y muchos de sus seguidores siguen instalados en ese tópico sin querer ver cuánto ha cambiado la situación.

Irán es un excelente ejemplo de lo mucho que ha cambiado el mundo. Regido por un régimen fundamentalista islámico desde el derrocamiento del Sha en la revolución de los ayatollahs, muchos medios se empeñan en presentarlo como «arcaico».

En la memoria de muchos está la toma de rehenes en la embajada estadounidense, la posterior guerra con el Irak de Sadam, todavía aliado de Occidente, o la reciente tensión sobre sus avances en materia nuclear. La sociedad iraní se rige por leyes y prescripciones religiosas aparentemente contrarias a las occidentales y con escasa vocación de «igualdad de género», así que no debería haber experimentado cambios muy radicales en los ámbitos conyugales, familiares o reproductivos. Si se le pregunta a cualquiera cuánto puede haber desscendido el número medio de hijos por mujer en un país con esas características casi nadie creerá que haya cambiado mucho.

Pero desde los años ochenta la fecundidad de las mujeres en Irán han experimentado un descenso que probablemente no tenga precedentes históricos.

Número medio de hijos por mujer (fecundidad) desde 1966
Gráfico realizado en Google Public Data, con los datos del Banco Mundial
 

Contra los tópicos neomaltusianos lo más fácil es acogerse a los tópicos antimaltusianos, calificar como catastrófico el descenso de la fecundidad, y atribuirlo precisamente a las políticas oficiales. En este caso es factible, porque es cierto que tras la revolución de 1979, y una vez acabada la guerra con Irak en 1988, el primer plan quinquenal de desarrollo (1989-1994) incluyó medidas de apoyo a la planificación familiar.

Los asíduos sabréis que no comparto tampoco el simplismo de esta explicación. Es verdad que ha habido una postura oficial en Irán, desde finales de los ochenta, que predicaba la conveniencia de tener menos niños y mejores vidas. Pero un fenómeno tan intenso como el observado en el gráfico de arriba no puede atribuirse a las políticas de control de la fecundidad ni en los mejores sueños del planificador más pretencioso y mejor equipado (ni siquiera en la China del hijo único se consiguió jamás un cambio como este).

No escribo hoy para analizar las causas de este descenso, mucho más ligadas al aumento de la igualdad en el acceso a los recursos en la sociedad iraní, especialmente en lo que se refiere a la educación femenina (por mucho que esto pueda chocar a quienes denigran el islamismo y lo consideran incompatible con progresos sociales de cualquier tipo). Sólo señalo que el inicio del descenso radical de la fecundidad es claramente anterior a la puesta en marcha del plan quinquenal iniciado en 1989.

Tampoco considero una catástrofe el «envejecimiento demográfico» que resulta de la modernización de la dinámica poblacional  (por favor, distíngase del impacto que tiene, desde tiempo ancestral, la emigración masiva de jóvenes en la pirámide de pequeñas áreas; no son lo mismo). Curiosamente, la pirámide de Irán recuerda mucho a la de España después del baby boom (y sí, también en España suenan las trompetas del apocalipsis entre los nacionalistas ultraconservadores de siempre, y también hay ya iniciativas legislativas para cambiar la fecundidad, como el Plan de Dinamización Demográfica en Galicia).

Si traigo al blog el caso de Irán es por los cambios recientes y radicales en política oficial de su gobierno respecto a la dinámica demográfica. No sólo creen sus líderes que el descenso de la fecundidad ha resultado de su propia política, sino que ahora le atribuyen prácticamente todos los problemas que el régimen arrastra en los años recientes (inflación disparada, estancamiento económico, retroceso del PIB…). El cambio de política demográfica era pues fácilmente previsible : la «modernidad» iraní sobre la planificación familiar ha empezado a resquebrajarse, y por las grietas entra ya el tsunami natalista que lleva camino de inundar al mundo entero.

Primero fueron meras declaraciones, como las que viene haciendo Khamenei desde 2010, cada vez más tajantes hasta llegar a afirmaciones como la siguiente, en discurso oficial en octubre de 2012 :  “One of the mistakes we made in the ’90s was population control. Government officials were wrong on this matter, and I, too, had a part. May God and history forgive us,

Así que finalmente se ha pasado a la acción. Y no se ha hecho, casi en ningún sitio se hace, con medidas de apoyo real a las familias existentes, a las madres que trabajan, a los jóvenes para que puedan iniciar su vida en pareja y tener su primer hijo, a los niños para que puedan tener una vida digna independientemente del estrato socioeconómico de sus padres. Este natalismo «positivo» e igualitario es caro, muy caro, y sospechoso de «igualitarismo feminista y socialdemócrata nórdico».

El natalismo que se extiende cada vez más rápidamente en el panorama internacional es el retrógrado, el de los cálculos geoestratégicos decimonónicos sobre la «potencia» nacional y el de las medidas coercitivas y sancionadoras, y en eso Irán está cayendo igual que los conservadurismos de cualquier ideología o ámbito religioso.

Ya se ha aprobado en el parlamento una prohibición de la publicidad de métodos anticonceptivos y del uso de métodos no reversibles.

También se han levantado, en consecuencia, las habituales denuncias sobre la vulneración de los derechos de las mujeres y los peligros consecuentes para la salud reproductiva:

La historia se repite, como si nada hubiese cambiado después de dos guerras mundiales, después del fracaso estrepitoso de todos los natalismos de este cuño, después de que la demografía dejase de estar al servicio del dictador de turno.

Será interesante seguir, al menos, la futura evolución de la fecundidad en Irán, y comprobar si la retórica nacionalista y estatista, la de la alarma ante la decadencia, la que culpabiliza y criminaliza a las personas por no plegar sus decisiones reproductivas a las «necesidades» del Estado o a las doctrinas religiosas de turno, fracasa una vez más. Descubriremos entonces que la fecundidad no era el objetivo real de estas medidas legislativas, que otra vez se ha repetido el engaño, que como siempre, el objetivo real era el adoctrinamiento, el control, la moralización. Victoria pírrica, porque  ejemplos ya teníamos muchos (Franco en España, Mussolini en Italia, Stalin en la URSSDe Gaulle en Francia, Ceaucescu en Rumanía…) y porque hoy la demografía ya tiene herramientas y marco teórico para explicar la modernización demográfica y predecir el grave error político que, una vez más, se está repitiendo, esta vez en Irán.

El boom demográfico mundial se acaba pero, en poco más de un siglo, la humanidad ha crecido de mil a siete mil millones, y lo ha hecho gracias a una revolución reproductiva que nos sitúa en un nuevo estadio respecto a la calidad y duración de las personas. Hemos cambiado un mundo, en el que duraban muy poco y había que parir muchísimas, por otro en el que se tienen menos hijos pero se traen al mundo con responsabilidad y dotándolos como nunca antes. Y es eso, no la elevada natalidad del pasado, lo que explica el boom de la población mundial durante el siglo XX. Pero quienes siguen anclados en el siglo XIX sólo ven el número de nacimientos, y van a ganar protagonismo y se volverán omnipresentes en la política de las próximas décadas, a medida que el crecimiento poblacional se detenga o, incluso, se vuelva negativo. El riesgo de involución política justificada en argumentos demográficos es real ¿Quién nos iba a decir que Irán llegaría a constituir un buen ejemplo?

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