La caída demográfica del imperio romano


La caída del imperio romano por culpa de su la baja natalidad podría ser el tema para una tesis doctoral, pero no sobre la Roma clásica, sino sobre el modo en que una mentira se convierte en un tópico.

Ningún científico lo sustenta y no existen fuentes estadísticas sobre la demografía de la Roma imperial que lo justifiquen. Existen textos latinos sobre maneras de evitar o de interrumpir el embarazo, textos que aluden a prácticas entre las clases altas, y que nada tienen que ver con una regulación real de los nacimientos en el conjunto de la población. Literatura similar ya existió incluso en la Grecia clásica, o aún antes, en el imperio chino, pero no nos aproximan un ápice al conocimiento de los niveles de fecundidad poblacional. Por mucho que algunos se empeñen, nunca la humanidad había experimentado un cambio demográfico como el actual.

Lo que sí se sabe, mediante técnicas indirectas como el análisis funerario o la explotación del protocenso egipcio (era una de las regiones más avanzadas del imperio), es que la reproducción era sumamente precaria, con una esperanza de vida inferior a veinticinco años y una fecundidad correspondientemente muy alta, cercana a la «natural». En otras palabras, la fecundidad del imperio romano nunca mostró signo alguno de estar frenada o reducida artificialmente. Aquí tienes algunas lecturas realmente documentadas que zanjan la cuestión de forma clara:

¿De dónde ha salido, entonces, esta mentira? ¿A quién le interesa mantenerla y fomentarla?

Su origen está en el ultranacionalismo europeo de finales del siglo XIX y principios del XX. La Europa de los imperios produjo multitud de especuladores y teóricos «de Estado», impregnados del nuevo pensamiento organicista, darwinista, racista, romántico y patriótico. La voluntad de poder, la fuerza, la juventud, la masculinidad, el triunfo en la lucha, el militarismo y el imperialismo proyectaron hacia el pasado la interpretación de los fenómenos históricos para construir una «cultura europea, blanca y cristiana superior», equiparable a la de la Roma imperial. De repente todos los grandes historiadores modernos se proponían explicar el nacimiento, auge y decadencia de los grandes imperios clásicos, como un instrumento para mantener el propio y prevenir su decadencia. Puesto que en esos mismos años Europa se enzarzaba en conflictos militares cada vez más intensos y masivos, que llevarían a dos guerras mundiales, y como se había detectado ya el descenso de la fecundidad en los países más avanzados, que era visto como un síntoma de degeneración, inmoralidad, y corrupción, se proyectó también al pasado este supuesto factor de decadencia.

Un ejemplo excelente es Gibbon, uno de los «descubridores» de esa decadencia romana. Peter Brown ha desvelado éste y muchos otros engaños y manipulaciones de la historia clásica, y los explica por la decimonónica aversión a la inmigración (la teoría del gran reemplazo no es nueva), una versión totalmente sesgada del pasado europeo que niega cualquier otra influencia que no sea la cristiana. Pero la mejor ilustración de esta nueva Historia la proporciona Oswald Spengler en «La Decadencia de Occidente» (1918), donde pueden leerse cosas como esta:

«La abundancia de nacimientos en las poblaciones originales es un fenómeno natural, pues nadie se plantea su existencia y, con mayor razón, su utilidad o inconveniencia. Allí donde se introducen razones en las cuestiones vitales, la vida misma se convierte en un problema. Entonces comienza una inteligente restricción del número de nacimientos (…) En ese punto, empiezan en todas las civilizaciones el estadio multicentenario de la inquietante despoblación».

La obra más vendida del pensamiento europeo hasta entonces era, hoy lo sabemos, un compendio delirante de especulaciones y paparruchas históricas, muchas referencias literarias y ninguna base empírica, y mucho menos respecto a la demografía romana. Quien la escribió estaba aterrorizado por los efectos de la primera guerra mundial sobre Alemania, y añoraba las antiguas formas cesaristas y dictatoriales de gobierno (ni siquiera Hitler le pareció un César  suficientemente enérgico cuando le propusieron sumarse al partido nazi).

Pero despejada la cuestión del origen y la falta de fundamento empírico, todavía falta averiguar por qué el tópico se mantiene. Hay que detectar las ideologías a las que resulta útil. Para ello te invito a leer uno de los muchos ejemplos de esta intoxicación, el post «Europa se está hundiendo por las misma causas que destruyeron el Imperio Romano». 

El autor del blog donde se publica este documento impagable, incluye entre sus libros publicados una historia de cómo los ángeles vinieron a la tierra para insuflar inteligencia a las especies preexistentes, y nos dice lo siguiente:

La actual Europa se está hundiendo por las mismas causas que provocaron la caída del antiguo Imperio Romano: por la pérdida de los grandes valores, la descomposición de la familia, el divorcio entre ciudadanos y políticos, la corrupción, el descenso de la natalidad y la invasión de extranjeros incapaces de integrarse.

Numerosos expertos e intelectuales de Europa y Estados Unidos han estudiado el fenómeno de la actual decadencia de Europa y sus conclusiones son nítidas: las causas son casi idénticas a las que provocaron el fin de Roma. Uno de los que han estudiado con mas intensidad ese fenómeno es el actual papa emérito Benedicto XVI, sobre todo cuando era el teólogo Ratzinger.

En dos párrafos tenemos ya material suficiente para extraer claves:

  1. Lo que se pretende es alarmar sobre la demografía contemporánea. Conviene un «declive demográfico» histórico de referencia para asustarnos sobre una falsa crisis actual (ver aquí El suicidio demográfico de España«.
  2. La modernización demográfica es vista con miedo y se califica como catástrofe. En realidad, es el mayor avance humano en toda nuestra historia (puedes ver más aquí sobre este cambio en la revolución reproductiva).
  3. El cambio demográfico es mundial, pero lo que preocupa a este iluminado es «Europa», «Occidente», «el cristianismo», «la raza blanca», cualquier colectivo imaginario que convierte en superiores a sus miembros (y que, dicho sea de paso, no es más que una construcción imaginaria de quienes lo hacen suyo y se erigen en sus representantes y defensores sin pedir permiso a todos los demás europeos, occidentales, blancos o cristianos).
  4. Una vez admitido un «nosotros» superior, es fácil verlo en peligro por la amenaza de  «la invasión de extranjeros incapaces de integrarse». Y sostener posiciones xenófobas, claro.
  5. Así que el cambio demográfico se mezcla y revuelve con otros que conducen a la crisis y la decadencia: «pérdida de los grandes valores, la descomposición de la familia, el divorcio entre ciudadanos y políticos, la corrupción, el descenso de la natalidad y la invasión de extranjeros». La milonga de siempre sobre la degradación moral y la crisis de valores, la misma desde al menos las revoluciones burguesas y que ha servido siempre a los reaccionarios de todo tipo para rechazar el progreso y los cambios históricos.
  6. Generalmente quienes afirman esta relación causal  explican el cambio demográfico por la degradación moral de las conductas conyugales, sexuales, familiares o sociales. Y especialmente las femeninas. Por eso la principal culpable de la crisis demográfica es la mujer y quienes la han convencido para abandonar los roles tradicionales; el feminismo es El Gran Enemigo (ver aquí Matrices hastiadas y hembras feraces).
  7. Todo lo anterior apunta al conservadurismo extremo como ámbito ideológico que alimenta los tópicos sobre la crisis demográfica y su similitud con las causas que derribaron nada menos que al imperio romano (ver aquí El natalismo y Vox)
  8. Pero si atendemos al final del segundo párrafo, vemos que uno de los que más han contribuido a esta gran mentira es ¡nada menos que un Papa! Y con esto, con la contribución religiosa fundamentalista, tenemos el cuadro completo de claves para entender cómo se crea y propaga una mentira (ver aquí Michel Schooyans, teólogo de la demografía).

Todas estas claves resultan sorprendentemente reiteradas en ciertos sectores ideológicos y políticos. Te invito a comprobarlo en un texto como el de un ideólogo del carlismo más rancio actual en España (La extinción (demográfica) de Occidente). Lo escribe Javier Barraycoa, teólogo profesor en una universidad católica de Barcelona, que escribe libros como La ruptura demográfica sin tener la más mínima idea de análisis demográfico.

La demografía resulta un terreno sorprendentemente abonado para que todo el mundo la utilice para asustar, y justificar así su propia visión de lo que hay que hacer en política (tienes aquí toda una sección sobre políticas de población). Pero es una disciplina cuantitativa, estadística y sujeta a todos los requisitos que se exigen a cualquier ciencia, empezando por la contrastabilidad de sus resultados. Conviene, al menos, poner en duda a quienes no tienen ni idea (como los teólogos o los fanáticos racistas) cuando se les llena la boca de afirmaciones sobre alguno de los temas que trabaja nuestra disciplina.


Música en ApdD: Cleverson Silva – Nasci

 

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